Discurso del Dr. Luis B. Fargier Gabaldón pronunciado en la sesión de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales con motivo del Premio Arnoldo Gabaldón Carrillo.

 Este es un momento oportuno para agradecer. A Betsy, mi esposa, mis padres, Bernardo y Silvia y Pablo Andrés, mi hermano. A Silvia y Sofía que son mi fuente de inspiración. A mi primo Arnoldo Gabaldón Berti por tomar la iniciativa en la nominación, a La Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales y a la Universidad Central de Venezuela por otorgarme esta prestigiosa distinción. Extiendo el agradecimiento al Banco Caroní, por auspiciar el premio. 

Escribiendo estas líneas me tropecé con datos curiosos…“Los síntomas suelen aparecer entre 10 y 15 días…..es difícil reconocer el origen de la enfermedad…. puede ser letal … podemos adquirir inmunidad parcial ….los pacientes asintomáticos son transmisores.…por cada paciente sintomático se tienen seis asintomáticos…Es el mal aire….” 

El mal aire recorría el mundo y era la principal causa de muerte en Venezuela, con una esperanza de vida de apenas 37 años para los habitantes del campo a principios de los años cincuenta. Todos los paralelismos ocultan verdades profundas que subyacen la superficie, a veces aterradoras, pero en otras ocasiones desatan angustia, como la que estoy sintiendo al escribir este párrafo. Es evidente que parte de esta historia se repite, pasadas siete décadas, y el carácter virtual de esta sesión es prueba de ello. No deja de sorprenderme que los síntomas de la Malaria fácilmente se confunden con los de la actual Pandemia. 

Recordemos que Venezuela fue el primer país en eliminar la Malaria de gran parte de su territorio a principios de los años 60, según datos de la Organización Mundial de la Salud. El secreto fue una idea genial, y como todo lo genial, simple: cortar el ciclo biológico del Anopheles. La pregunta obligada, ¿Cómo lograr semejante hazaña, fuera de un laboratorio, con una infraestructura precaria? El Dr. Arnoldo Gabaldon es el padre de esta proeza, que no tenía precedentes para la época. Hizo posible conjugar logros científicos, operativos y sanitarios necesarios para lograrlo. La estrategia era eficaz: aniquilar el sistema nervioso del insecto. Luego de picar, el Anopheles aterriza para descansar y, cosa curiosa, para orinar y perder peso. La hipótesis que se planteó el Dr. Gabaldon, es que el vector descansaría sobre una capa del Dicloro Difenil Tricloroetano o DDT, mortal para el insecto, asegurando así que sería su última picada. La capa mortal se formaba cuando las casas eran rociadas con DDT dosificado de forma óptima para cuidar la salud de los humanos pero suficientemente fuerte para aniquilar al Anopheles. Y luego de este breve repaso histórico e introductorio, es oportuno compartir con Ustedes varias lecciones que he aprendido del Dr. Gabaldon al investigar sobre su vida, 

Primero, metas trascendentes y perseverancia. La meta era clara: erradicar la malaria del territorio nacional. Pudo, muy bien, limitarse a la investigación, alcanzando logros excepcionales, como fue el de encontrar un método eficaz para combatir la enfermedad, pero fue más lejos. Luego de una década de esfuerzos y trabajo sostenido, la tasa de mortalidad se redujo a 1 por cada 100 mil habitantes. 

Segundo, su sutil transitar por la vida pública y familiar, sin atropellos, tendiendo la mano a estudiantes y colegas, forjando una familia ejemplar.

Hay una tercera enseñanza, pero no encuentro la palabra idónea que la defina. Quizá su espíritu emprendedor es la mejor aproximación. El Dr. Gabaldon, desde mi óptica, descubrió ese misterioso arte de aprovechar la energía potencial presente en todos nosotros y canalizarla hacia el bien de un país. Lo imagino despertando con ansias de encarar la cotidianidad y es evidente que no veía obstáculos sino retos. Con base en la ciencia y sus estudios, propuso impregnar viviendas con un insecticida que en Estados Unidos estaba en fase experimental, pienso en ello, e intuyo que el miedo lo arropó en un principio; pudiendo superarlo, apoyado en la ciencia y su vocación de servicio. Una decisión que cambió la historia del país, con riesgos no menores en su implementación. 

La vida ejemplar del Dr. Gabaldon en su transitar por cada etapa profesional con la precisión de un reloj suizo revela que encaró la finitud de la vida con sabiduría y asimiló, con valentía, la profundidad de la duda que ilustra Descartes en su aguda deducción, “pienso y luego existo”. Y aquí quiero hacer una pausa para dar rienda suelta a la imaginación. Imagino que el Dr. Gabaldon, en 1935, con 26 años y luego de culminar sus estudios se estableció en Estados Unidos, Europa, o digamos, Colombia, Perú o Argentina. ¿Se desarrolla en él esa energía potencial con la misma intensidad, ese espíritu emprendedor, esa perseverancia sostenida a lo largo de seis décadas y concretaría sus logros capitales? No lo sé. La única certeza es que el Dr. Gabaldon encontró en venezuela tierra fértil para desarrollarse. Añadiría que esa tierra hay que rescatarla y que somos afortunados porque las Academias y Universidades, que son esenciales para mantener referentes, diversidad de opiniones calificadas y apoyar en la creación de tierra fértil para las nuevas generaciones, se encuentran de pie y activas. Increíble. 

Pienso que el grueso de la investigación que hagamos a futuro debe hacerse desde las universidades con metas realistas para resolver nuestros problemas de forma sencilla. Es necesaria la inversión del estado, porque mantener la investigación aplicada y alineada con los intereses nacionales, es imposible bajo un régimen de autogestión, siendo el modelo ideal el mixto, público-privado. Independiente de los resultados obtenidos en la investigación, debemos entender que si esta es bien conducida, la mayor ganancia es la formación de un profesional con razonamiento crítico, que busca soluciones, articulado, quien diferencia entre principios e hipótesis; hechos y especulaciones; teorías y métodos; y quien en su recorrido por la investigación arma una caja de herramientas con dispositivos que le serán útiles en cualquier área que decida ejercer, siendo el país y la sociedad, los mayores benefactores. 

Antes de cerrar, quiero destacar la singularidad del apellido Gabaldón como factor común el día de hoy. Confieso, a modo anecdótico, que entre mis amigos cercanos se ha desatado el popular “chalequeo”. En efecto, El Dr. Gabaldón y yo compartimos un ancestro en común; Mateo Gabaldón y Peynado, tatarabuelo del Dr. Arnoldo Gabaldón Carillo y, a su vez, tatarabuelo doble de mi abuelo, Jose María Gabaldón Briceño. Tatarabuelo doble porque los abuelos de mi abuelo eran primos hermanos. El cariño por los Gabaldón Berti, es, sin embargo, el de hermanos. 

Gracias por su atención y por acompañarnos, 

Luis Bernardo Fargier Gabaldón 

5 de agosto del 2020.

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