La Intelectualidad y los Toros
Don Juan Lamarca López
Presidente del Círculo Taurino Amigos de la Dinastía Bienvenida
Constituye un alto honor y a la vez un enorme motivo de satisfacción dirigirme a ustedes en este senado del pensamiento, del saber y de la cultura, la Academia hontanar de torería en esta taurinísima Mérida, Ciudad de los Caballeros, por lo cual expreso mi sincera y profunda gratitud.
La Fiesta de los toros, fenómeno secular y popular donde los haya, tan arraigada en la vida española y acogida en el nuevo continente como otro valor hispánico que nos vincula, que viene siendo objeto desde su orígenes de regulación en un marco jurídico, debe ser algo muy serio y que invita a la reflexión, a su comprensión y juicio como así ha ocurrido en el campo de la intelectualidad desde el origen de la pública y espectacular relación del hombre ibérico con el toro bravo, apareciendo como de mayor interés el que se origina desde mediados del siglo XIX, el periodo tan prolífico de intelectuales del pasado siglo XX y así hasta nuestros días aunque, ciertamente, no resulte tarea fácil atribuirle a tan egregia condición del intelecto a todos aquellos que tan frívolamente se la atribuyen o que el poder constituido les otorga interesadamente.
Así pues, podemos ver como en este recorrido histórico van apareciendo, incluidos los grandes de las bellas artes, pensadores, tratadistas, teóricos, intérpretes, o grandes escritores, y entre los que se hallaban grandes aficionados, los no menos grandes detractores, los neutrales, y hasta los ambivalentes… que de todo hay en la viña del Señor pero que su posicionamiento frente a la realidad de la Fiesta de los toros la envolvía con un halo de relevancia al ser objeto de estudio y opinión por parte de la intelectualidad, no siempre exenta de la polémica, cuestión esta nada baladí y sobre la que prestaremos mayor atención, que no es exclusiva de los tiempos que corren aunque por distintos motivos, y he ahí la ininterrumpida batalla entre defensores y detractores de la fiesta brava.
Como cualquier otra expresión artística el toreo atraviesa periódicamente sus horas de crisis y sale de ellas con la vitalidad que en cada ocasión le otorgan tanto el surgir de nuevos maestros como la renovada exigencia de una afición deseosa de emociones cordiales y estéticas. Al fin y al cabo, se trata de un rito cuya historia se remonta lejos en el tiempo y que posee, como expresión culta, su tradición propia.
Por cercanos y coetáneos, dejaremos a un lado la interesante y conocida relación con el toro de intelectuales de nuestro tiempo, estimando de primordial fundamento los vinculados a épocas primigenias de la corrida como tal espectáculo público en recinto cerrado.
Así pues, nos remitimos inicialmente a los ensayistas que emergen reunidos por grupos más o menos generacionales. Los hombres de la regeneración como Costa y demás Krausistas, y los del 98 que adoptaron en general una actitud negativa y reformista frente a los toros, seguidos de los novecentistas y los de la Dictadura de Primo de Rivera que atendieron más a lo positivo, incluidos la fastuosa generación literaria del 27 simbolizada especialmente por Lorca.
El grupo, por así llamarlo, de la época moderna hasta mediado del siglo XX pareció acusar cierta tibieza dentro de las excepciones existentes en cada regla general: Valle Inclán, Benavente, Pérez de Ayala, Noél entre otros.
El tema taurino daba, y así continúa, mucho de sí, por lo que tantas cuestiones se suman, se despliegan y repercuten con un continuo revuelo levantando una polvareda nada inadvertida. No solo surge la visión polémica del colorido, y la plasticidad, o la técnica del mandar, parar y templar, el juego con la muerte o el delirio popular. Interesa más a veces la atmósfera pasional que envuelve a las corridas, lo que éstas pueden significar para la psicología y las costumbres del pueblo español ¿válvula de escape? ¿tónico vital? ¿o será ponerse al mundo por montera?
En efecto, la intelectualidad en los toros no se contenta con el bulto temático, sino que se ofrece como una realidad estratificada imprimiendo en su obra sus rasgos de individualidad, incluso con su fondo ideológico. A través de la obra de estos excelsos hombres se puede tantear cada época histórica, y sin olvidarnos que tras los clarines de la tauromaquia se agitan no rara vez cataclismos nacionales.
Ser la cosa de la Fiesta atracción para el culto intelecto y objetivo de su análisis y estudio le ha reportado una especial áurea que la dotan de una indiscutible y rica fuente de inspiración en una actitud en contra o a favor, o más bien desde una postura analítica u objetiva, destacándose ese definido grupo integrado por los llamados hispanistas, en España y fuera de ella, que tienden a menospreciar el tema de los toros, no considerándolo como tema serio y digno de reflexión.
No obstante, son los hechos los que muestran que nada menos que las mentes españolas mas preclaras del siglo XX han pensado y escrito sobre este tema: empezando por Menéndez Pelayo, pasando, entre otros, por Unamuno, Pérez de Ayala, Ortega y Gasset, y llegando hasta Laín Entralgo. Aunque recorramos la senda del ensayo taurino no es nada despreciable el ingente número de obras de la literatura española que tratan en parte, o en su totalidad, el asunto taurómaco: novelas, dramas, poemas.
Es de máxima y hasta penosa actualidad observar la polémica que suscita los toros y así nos disponemos a reflejar las distintas actitudes entre los intelectuales de este período, siendo conveniente situar de forma somera dicha discusión en su trayectoria histórica a través de los siglos, los antecedentes de este fenómeno, su continuidad en el tiempo y que probablemente perdurará mientras se celebren corridas de toros.
Pero situémonos en el siglo XVII cuando amenazaba la plaga antitaurina por antonomasia con la llegada ya en el XVIII de la Ilustración y del afrancesamiento que nos trae autores todos censores de la fiesta de los toros, siendo el único partidario y apologista de fama literaria Nicolás Fernández de Moratín.
El mal sigue al acecho y otra plaga no menos corrosiva irrumpió en el XIX con el KRAUSISMO y los KRAUSISTAS, movimiento espiritual-filosófico que propugnaba para España nada menos que el comienzo de su apertura e incorporación al pensamiento europeo moderno y naturalmente lo primero que lo pagaba era el toro y de ahí la tenaz actitud anti taurina de Joaquín Costa, Giner de los Ríos y casi todos los de la Generación del 98. (Es curioso observar como cada vez que han querido que seamos menos España y más Europa la Fiesta ha declinado en su esencia.)
La Fiesta era casi únicamente defendida por Mariano de Cavia alineándose totalmente con el espíritu del pueblo que como detalle más revelador podía leer ¡¡trescientos tres periódicos y revistas publicadas en España que se dedicaban total o parcialmente a los toros!!
Estos regeneracionistas “salvadores de España”, verdaderos “portoneros” de la bestia anti España hoy triunfante, tenían como fin el de la reforma a fondo de la cultura para formar a los jóvenes en la nueva educación pan humanística de espíritu europeo que conllevaba la desaparición de la fiesta de los toros como una de las costumbres representativas del atraso del país, y como vergonzoso símbolo de barbarismos atávicos.
Así pues, queda claro que los krausistas desprecian las corridas de toros pero una opinión razonada como la de Menéndez Pelayo se opone a ellos, pues su tradicionalismo y catolicismo le conduce a buscar el ser del pueblo español afirmando que “los toros son una costumbre pasada (y presente) por la cual el español puede pasar a conocerse a sí mismo”.
Veremos que al lado de aquellos ensayistas que son antitaurinos y los otros que están a favor hay otro grupo grande, cuyos componentes mantienen en sus escritos principalmente una actitud objetiva y analítica hacia el fenómeno de los toros, grupo este dentro de los límites del siglo XX comprenden cuatro puntos clave que son El Conde de las Navas, Francisco Rodríguez Marín, José María de Cossío y Ángel Álvarez de Miranda.
Si bien como precedente histórico Nicolás Fernández de Moratín escribió a finales del XVIII “Carta Histórica sobre el origen y progreso de las fiestas de los toros en España” se trataba en realidad de una exposición de una tesis personal en un escrito muy corto que no llegaba a cuatro páginas. Por lo que hubo que esperar al primer año del siglo XX para encontrar un libro sobre los toros ¡el primero! que es intelectualmente muy serio y documentado, “El espectáculo más nacional”, del Conde de las Navas, historiador, hombre de vasta cultura, el cual afirma que su único propósito es probar, frente a los ataques de los denigradores de la fiesta taurina, “la propiedad y exactitud del título de FIESTA NACIONAL con que se distinguen en toda España las corridas de toros de otras diversiones más o menos cultas, propias, o importadas. La reafirmación del Conde de las Navas, Juan Gualberto López- Valdenebro y de Quesada, que era su nombre de familia, concluía en que el toreo, entiéndase el primigenio enfrentamiento del hombre don la fiera, nació antes de la formación de España como nación, y también, afirma de forma inequívoca que “el devenir de la Fiesta corre paralelo con los períodos de auge o decadencia de la patria” (que simplificado nos lleva a colegir que cuando España va bien los toros van bien y cuando España va mal los toros van aun peor, por ejemplo en estos tiempos que padecemos).
Para Rodríguez Marín, investigador y erudito como el Conde de las Navas, le atraía sobre manera la gallardía y el valor de los toreros en el ruedo y afirmaba que “contra las corridas de toros nadie podrá aquí nada sino los toros mismos” mostrándose como visionario de lo que hoy conocemos como “el enemigo interno”, concepto ampliado años más tarde por José María de Cossío, el académico y gran investigador, autor de la obra más monumental, “Los Toros”, la “biblia” de la tauromaquia, cuando afirma que la “amenaza para el futuro de la Fiesta está en quitarle peligrosidad y fuerzas al toro. Si éste no encierra riesgo auténtico para el torero, entonces no hay toreo auténtico, porque no hay nada que dominar”.
“La autenticidad -apostillaba- es una necesidad para la Fiesta. Por lo tanto, todo lo que sea quitarle defensas al toro es un fraude para la Fiesta”. (Ay…si levantara la cabeza el señor Cossío)
Resulta curioso constatar como la postura casi exclusivamente adversa hacia los toros de la generación del 98 viene motivada por la influencia de los “regeneracionistas” a su vez influidos por los KRAUSISTAS a pesar de que no escribieron una gran literatura pero que sí tuvieron el efecto de dar el toque de alarma de una realidad española con todos sus defectos del siglo XIX, y uno de ellos el de la desmedida afición popular a los toros considerada por aquellos intelectuales como contribuyente a la frivolidad y mal estado de la España de aquellos años antes e inmediatamente después del desastre del 98. Y precisamente en aquella época que la fiesta de los toros gozaba de un gran fervor popular, en los últimos años de la competencia entre los dos ídolos de la tauromaquia, de Lagartijo y Frascuelo, y retirados estos dos surgieron nada menos que Mazzantini, el Espartero, y especialmente Rafael Guerra “Guerrita” aquel que su soberbia le llevó a decir “primero yo, después de mí naíde… y después de naíde Fuentes”
No obstante, los intelectuales permanecían inasequibles al desaliento tratando de imponer sus teorías sobre el acervo popular resaltando entre ellos tres antitaurinos de postín como Azorín, Pío Baroja y Ramiro de Maeztu enarbolando las dos consignas del grupo del 98, las dos palabras representativas y compendiadoras del espíritu de toda la generación eran frivolidad y España, es decir lo negativo y lo positivo. Entonces, así planteado pues ¿Qué aspecto más frívolo existe, más expuesto a la denuncia, más representativo de la superficialidad de la España pintoresca que la corrida de toros?
Sin embargo vemos aquí como el antitaurinismo de Azorín de se fundamenta en su amor a España, al igual que Pío Baroja que como miembro de la misma generación que Azorín, compartió su entrañable sentimiento hacia la patria adoptando la misma actitud adversa a la fiesta de los toros, si bien como observador de la humanidad y de los tipos humanos, expresa su curiosidad por analizar de forma psico-sociológica a las personas que asisten al espectáculo.
En su anhelo de la regeneración de España también Ramiro de Maeztu se une a Azorín y Baroja, después del desastre del 98. Por supuesto, la fiesta taurina y la afición formaban parte de lo repudiable de aquella sociedad, llegando a manifestar: “¡Responsabilidades! Las tiene nuestra desidia, nuestra pereza, el género chico, las corridas de toros, el garbanzo nacional, el suelo que pisamos y el agua que bebemos.
Por puro paralelismo a la situación actual observemos que el antitaurinismo campante, lejos del amor a España de los anteriores, viene motivado precisamente por lo contrario, por el ánimo destructor de la patria atentando contra su unidad, sus símbolos, sus tradiciones, su cultura, en definitiva contra la propia identidad de España siendo el toro uno de sus componentes inequívocos. Ante la siempre impenitente anti España el portón de la traición se abre de nuevo.
¡¡Que no, que no hablen tanto sobre toros!! Exclamaba Unamuno..
El pensador vasco, efectivamente mantiene una actitud de repulsión sentimental y desaprobación intelectual, afirmado que: “ésa fiesta está, no embraveciendo o salvajizando a nuestro pueblo, sino entonteciéndole”
Antonio Machado muestra su actitud contraria a los toros pero no enjuiciándolos de por sí sino enjuiciando al público por sus emociones estéticas y las pasiones que le puede suscitar la superficie del espectáculo, dando como razón principal que la corrida no es una fiesta a pesar de su apariencia. Todo lo contrario, es la actitud de su hermano Manuel, quien interpretó poéticamente los elementos pintorescos y coloristas de la Fiesta taurina, y así en el poema donde se retrata y canta:
Y antes que un tal poeta,
mi deseo primero
hubiera sido ser un buen banderillero.
Junto a posiciones claramente definidas, generalmente contrarias a lo taurino, aparece la actitud claramente contradictoria del dramaturgo Jacinto Benavente. En principio se refiere a la corrida de toros como “sistema de embrutecimiento”, “espectáculo lamentable”, vergüenza nacional”, “vicio de nuestra sangre”.
Benavente además aprovecha su actitud antitaurina para embestir con sus ideas anticlericales: Censura a la Iglesia por su pasiva indiferencia o aprobación ante la brutalidad e inmoralidad que representa las corridas. “Diríase que la Iglesia todo lo teme a la inteligencia puesto que censura y prohíbe obras literarias y nada teme de la brutalidad. Rigores para la inteligencia y sonrisas para la brutalidad”, concluye.
Años más tarde despertó en él su interés por los toros y así lo dejó escrito con elogios a Guerrita, o Lagartijo y Frascuelo, dejando muestras además de afición apareciendo fotografiado en una barrera con Rafael El Gallo y Joselito.
Ante este cambio de posición de Benavente por evolución de su pensamiento en el tiempo, aparece en Ramón Pérez de Ayala la ambivalencia por una bifurcación básica hasta las raíces. Se confiesa aficionado taurino, pero como típico pensador novecentista proclama su objetividad al tratar el tema de los toros, y explica:
“Si yo fuera dictador de España, suprimiría de una plumada las corridas de toros. Pero, entretanto que las hay, continúo asistiendo. Las suprimiría porque opino que son, socialmente, un espectáculo nocivo. Asisto a ellas porque, estéticamente, son un espectáculo admirable y porque individualmente, para mí, no son nocivas, antes sobremanera provechosas, como texto en donde estudiar psicología del pueblo español.”
Y en cuanto al origen de las corridas de toros, Pérez de Ayala dice algo enigmáticamente: “..el nacimiento de la Fiesta de toros coincide con el nacimiento de la nacionalidad española…Así pues las corridas de toros…son una cosa tan nuestra, tan obligada por la naturaleza como el habla que hablamos”.
Resulta significativo que es al final de su vida cuando Pérez de Ayala abandona esa primitiva postura de ambivalencia declarando que “los toros, siendo un arte y un drama, Juan Belmonte es el creador del toreo de verdad”. Y cuando le preguntaron:
“¿Cree usted que desaparecerán los toros?”.. contesta sin vacilar:
“No. Nunca.. Los toros no pueden morir. Moriría España”
Y, cómo no, surge la excepción de la regla, Valle Inclán el inefable don Ramón, que es el único miembro de la generación del 98 que se nos presenta como claro admirador de la fiesta de los toros, que valora en el toreo un elemento básico: “la auténtica emoción dramática, su particular violencia estética”.
Según Gómez de la Serna, la afición a los toros de Valle Inclán se basaba en su gran admiración personal por uno de sus grandes intérpretes, Juan Belmonte, y así lo explica: “La corrida de toros es algo hermoso. Por ejemplo, hay que admirar el tránsito:
¡Juan Belmonte! Juan es un hombre pequeño, feo, desgarbado, y si se me apura mucho, ridículo..Pues bien, coloquemos a Juan ante el toro, ante la muerte, y Juan se convierte en la misma estatua de Apolo…
No se puede comparar esta transfiguración con nada pero los llorones oficiales nos están arrebatando el valor categórico de nuestra fiesta”.
Ahí queda eso, contundente un juicio a favor de los toros, más no se puede pedir.
La admiración de Valle Inclán, estrafalario y esperpéntico, naturalmente se refleja en lo que le manifiesta a Juan Belmonte tras una magnífica actuación del torero:
—¡Muy bien Juan!… ¡Has estado magnífico! Es sencillamente ese tu torero el que, sacando chispas sublimes de tu miseria física, te fundes de tal forma con el toro, que no llega a saberse donde acaba el hombre y donde comienza la fiera…
“Sólo falta que un día, superándote en el sentido y en la calidad de tu toreo trágico, haciendo honor al fanatismo delirante que por ti tiene la afición, y sobrepasando los contornos de tu transfiguración humana hasta lo divino, te quedes quieto, y en vez de rematar la suerte con un molinete, sea el toro quien la remate, clavándote un asta en el corazón. Así, en la estampa ya no podrán separarse nunca más toro y torero, como se separan cada tarde de toros, después de la mágica suerte de capa”
Es decir simplificando vulgarmente: ¡ Juan, lo único que te falta es que te mate un toro!
Belmonte que le había escuchado meditativo y con los ojos bajos, solo dijo al final:
¡Don Ramón, se hará lo que se pueda!
Como es sabido la tauromaquia siempre ha generado un auténtico problema intelectual y Ortega y Gasset trata de armonizar corrientes haciendo una interpretación analítica y filosófica sobre la importancia de lo taurómaco en España y los efectos que han tenido los toros sobre la cultura y la vida cotidiana española:
“en efecto, es un hecho de evidencia arrolladora que durante generaciones y generaciones fue, tal vez, esa fiesta la cosa que ha hecho más felices a mayor número de españoles….
“Las corrida de toros no solo son una realidad de primer orden en la historia de España, sino que, cuando se le presta atención y se hace actuar sobre ella la razón histórica, lleva a descubrir un hecho, hasta ahora arcano, de importancia tal que no se puede hacer la historia de España sin la comprensión de ese espectáculo..”
Dicha llana y lisamente: Que el que quiera saber como está España que vaya a ver una corrida de toros”
La angustia vital de los intelectuales del 98, con el precedente favorable de Valle Inclán y Pérez de Ayala, se va superando con el análisis de Ortega y Gasset hacia un cambio de actitud hacia la Fiesta de los llamados novecentistas, y así se muestran relevantes pensadores como Eugenio D’ors que se declara amigo de toreros y escribe sobre su visión estética de la tauromaquia, así como el Doctor Marañón que su afición la ponía de manifiesto en sus obras con una visión ciertamente respetuosa, objetiva y analítica, acompañándoles Salvador de Madariaga que tomó el empeño de que los ingleses entendieran de toros (empeño baldío, ni en toros ni en otras cosas de España), el mismísimo Américo Castro estimando las corridas como elemento de auténtica forma de vida hispana, o Luis Araquistáin definiendo al toro como símbolo de raza.
Renglón aparte merece el antitaurinismo hecho obsesión de toda una vida de Eugenio Noél, que sigue siendo santo y seña de la progresía rampante anti..todo, emitiendo juicios viscerales achacando a los toros toda clase de problemas para la nación cuando en realidad Eugenio Noél fue un torero frustrado, un niño que soñó con la gloria y heroicidad del toreo a partir de presenciar la muerte del Espartero hasta que años después en su afán de destacar adquirió mísera popularidad por su tenaz labor antitaurina.
Antes de andentrarnos en la honda significación de la generación literaria del 27, y como colofón de los ensayistas pensadores anteriores digno es de citar al profesor Tierno Galván cuando juzga a los toros como “el acontecimiento nacional que más ha educado social, e incluso políticamente, al pueblo español”, dando más importancia al fenómeno de las corridas de toros que, incluso, Ortega y Gasset, al tiempo que la define como un acto colectivo de fe, estimando los juicios de valor de los espectadores de absoluta autenticidad, definiendo al torero como “artista” que eleva la lidia al máximun de tensión estética: belleza y galanura ante la muerte.
Un hito en la historia de la cultura taurómaca lo constituye la Generación Literaria del 27, que según palabras de Dámaso Alonso, otro de sus componentes, no se alza contra nada ni está motivada por una catástrofe nacional, como la que da origen al pensamiento del 98, y sí tuvo, aparte de compañerismo e intercambio, un especial interés en que sus creaciones respondieran a “perfecciones técnicas, limpidez, y pureza”, aunque a la postre, como recordaba el mismo autor, “lo que nacía como una vuelta a la forma terminó como frenesí de libertad”
Los nombres de Jorge Guillen, Gerardo Diego, Federico García Lorca y Rafael Alberti, en aquellos momentos en plena explosión, eran suficientes para encauzar una añoranza poética interesantísima, a la que llamamos, por el afán temporal propio de la literatura, «la generación del 27».
Quiso el destino, como apunta Ignacio de Cossío, que el grupo más influyente en el terreno literario trabara relación con el mundo de los toros. La figura llena de gallarda simpatía de Ignacio Sánchez Mejías. El entusiasmo de esta generación por la fiesta taurina, estuvo fomentada principalmente por este gran torero sevillano y del que hay testimonio en las espléndidas elegías – de Lorca y Alberti– dedicadas a su muerte. Recuerdan aquello de: «No hubo príncipe en Sevilla/que comparársele puede/ni espada como su espada/ni corazón tan de veras».
Algunos autores se tomaron muy en serio el propósito de historiar la poesía taurina siendo así que la generación gloriosa del 27 abre los cauces por los que han de lanzar sus versos poetas, toreros y entre otros encontrar un tono digno, severo y adecuado a la motivación taurina que han logrado encauzar un tema de inspiración por cauces tan nobles como los más nobles que se hayan propuesto nunca los poetas. Y aún más, toreros en plena actividad han trasladado al acento medio del verso sus impresiones en la plaza, su visión de los aspectos más vivos y poéticos de la fiesta. En la memoria de todos subyacen poemas firmados por figuras relevantes de la lidia, tan diestros como practicantes, como ganaderos y rejoneadores.
Ciertamente no es novedad la temática taurina en nuestra poesía pero gracias a la generación taurina del 27, la proliferación torrencial de este tema ha continuado y continúa entre poetas aficionados e incluso no aficionados con espléndida recurrencia. Y, por contagio y contrapartida, muchos toreros de todas la épocas, –Sánchez Mejías, entre ellos- han escrito poesía, novela, teatro, etc. y a él, Federico, le canta tras la tragedia en sus versos elegíacos:
Tardará mucho tiempo en nacer si es que nace un andaluz tan claro, tan rico de aventura. Yo canto su elegancia con palabras que gimen y recuerdo una brisa triste por los olivos».
Efectivamente de todas las poesías que han blasonado la cultura taurómaca, podríamos elegir una cuyo manuscrito original se conserva en la Casona de Tudanca «Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías», compuesto por el poeta universal, Federico García Lorca.
«A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y solo muerte.
A las cinco de la tarde.»
(…)
Traemos a la palestra a Andrés Eloy Blanco de una personal e íntima relación y cuasi vinculación con el movimiento literario español del 27. Excelso hombre de letras y del pensamiento perteneciente a la generación de poetas venezolanos de 1918 y años después vinculándose a los jóvenes políticos de 1928.
Un poeta en principio de Las Lenguas Castellanas que obtuvo un reconocimiento internacional con su Canto a España recibiendo el premio en España cuando reinaba el monarca Alfonso XIII y cuando Eloy Blanco disfrutaba de una inmensa popularidad en Madrid; popular y muy querido entre los poetas y los escritores, y también, cómo no, entre los grandes toreros, porque como es conocido fue aficionado a los toros.
Cuando Andrés Eloy recibió el famoso premio de la Academia Española de la Lengua, estuvo presente el rey Alfonso XIII y el poeta estuvo acompañado de, entre otros amigos, nada más y nada menos que por los ilustres toreros Juan Belmonte y Ricardo Torres “Bombita”, junto a Rafael Alberti y Federico García Lorca.
Y es que los más grandes de la tauromaquia y los más relevantes hombres de letras de España se sintieron halagados con la amistad de un venezolano tan cordial e inteligente, departiendo en las clásicas tertulias de café de los madriles con Valle Inclán y Gerardo Diego, con Antonio y Manuel Machado, con Luis Cernuda y Manuel Altolaguirre, con Julio Camba y Wenceslao Fernández Flores, con sus carísimos amigos Pepe Ciria y Concha Espina, con Alberti, Pedro Salinas y Juan Ramón Jiménez, …y con Lorca, su admirado Federico, cuyos romances gitanos tuvieron un antecedente en los romances llaneros de Andrés Eloy, tal como afirma Alfonso Ramírez.
Solían ser estos amigos coetáneos suyos, entre otros, sus camaradas tanto en los recitales poéticos, en las corridas de toros… o en los amaneceres bohemios.
Fue el sentimiento filial, como tal afirma Eduardo Arroyo Lameda y recogido por Alfonso Ramírez en su biografía del eximio Eloy Blanco, el que le inspiró el Canto a España, especie de declaración de amor de un americano al país que le dio su lengua, su cultura y su sangre. El autor hace pública demostración de su amor por esa tierra que sería una constante en su existencia desde el amor a los toros y por el genio del pueblo español, desde su amistad con los escritores de la madre patria hasta ufanarse de su ascendencia ibérica, Andrés Eloy amó a España con filial devoción:
Y canten por la España de siempre, por la vieja
Y por la nueva: por la de Pelayo
Y por la que suspira tras la reja,
Por la de Uclés y la del Dos de Mayo: Por la del mar y por la de Pavía
Y por la del torero, ¡España mía!
Junto con Arturo Uslar Pietri, Leonardo Martínez, Guillermo Austria, Gonzalo Carnevalli, y otros escritores venezolanos, Andrés Eloy Blanco fue revistero, que es el nombre que se les daba a los que escribían crónicas taurinas. No solo crónicas en las que demostró amplios conocimientos sobre tauromaquia, sino hasta un novelín llegó a publicar basado en ese ambiente que tiene por fondo la fiesta brava de gran éxito y que se vendió como “pan caliente” en la península. En cierta polémica epistolar que mantuvo con algún cronista de la época ironizaba:
¿Soy poeta? Pues soy revistero, si quiero;
Que pruebe a ser poeta, si quiere un revistero.
Cambiando el tercio, oportuno es de destacar la continua fuente de inspiración, que supuso la larga dinastía torera de Bienvenida, para intelectuales, artistas, poetas, escritores o pintores, cuyo verdadero artífice fuera Manuel Mejías “Bienvenida” conocido como el Papa Negro del toreo, y al que un ilustre “revistero”, Don Modesto, asombrado por una memorable actuación en Madrid le dedicara el famoso ditirambo:
Oigo una enorme ovación
y el público enardecido
irrumpe en fiero alarido
de entusiasta admiración.
De bienvenida el pendón
ondula mirando al cielo
y a sus pies, a ras del suelo
y entre gloriosas muletas,
se estremecen las coletas de
Lagartijo y Frascuelo.
Por último, y por su transcendencia histórica en la estrecha y natural relación cultura-toro en España y que magnifica el prestigio de la Fiesta, es preciso resaltar el famoso homenaje ofrecido a Manuel Rodríguez “Manolete” por la crema de la intelectualidad, como diría Agustín Lara en su chotis madrileño, celebrado en el Restaurante Lhardy de Madrid. Un centenar de personas del mundo de las letras y la política rodearon el egregio cordobés y ante el que fueron brotando los más hermosos versos de sus admirados poetas.
Como símbolo de ellos recordamos a Agustín de Foxá, partidario sublime del torero que en una tarde gloriosa del Califa cordobés exclamaba desde su tendido elevando su mirada al cielo: Dios mío, Dios mío no nos lo merecemos.
En aquella célebre reunión Agustín de Foxá leyó su “Poema a Manolete”, una de cuyas estrofas decía:
“ Yo saludo al torero
más valiente del ruedo.
Saludo el abanico
difícil de tu izquierda,
que hace al toro
satélite, luna de tu oro
antiguo con órbita de
estrellas.”
Ya en este año nos encontramos inmersos en los fastos del cincuentenario de Monumental «Román E. Sandia» y ante la inminente celebración de su Feria del Sol en este Carnaval Taurino de América. No cabe duda que el influjo intelectual ha sido primordial como faro que ilumina la cultura taurina en la ciudad universitaria por antonomasia, a la vez que fundamental su apoyo motriz para la realización del colosal proyecto que hoy se erige como orgullo venezolano en el corazón de los merideños, y ya como un símbolo real de su taurinismo auspiciado por su tradición, por su historia plagada por encomiables y gloriosos profesionales que alimentan el corazón de los niños que sueñan con ser toreros, y por las limpias almas de merideños que mantienen y cultivan con ello su acendrada afición.
Mérida tierra de toros, Mérida cuna de toreros, Mérida estirpe de escritores y poetas, alimentada por los próceres de la intelectualidad en su amplio y generoso espectro alojado en esta su Academia y en su Universidad. La Mérida católica que reza por el toro y lo bendice, y siempre con el sustento del intelecto popular que sabe percibir la grandeza de la corrida, sus gentes que acuden al ara del rito para gozar del privilegio de sentir la emoción, el miedo, la pasión y el alborozo que les puede despertar el arte de torear.
Mérida tierra fraterna donde la acogida es sin igual y donde mi corazón español late al mismo ritmo que el de un merideño en esta Venezuela querida que nos rompe el alma.
Como diría en los años trágicos el poeta caído:
Amo a España porque me duele..
Pues sí, yo amo a Venezuela porque me duele..
Por favor, para finalizar me permitirán ustedes parafrasear a su memorable poeta para expresar lo que más siento:
Canto por la Venezuela de siempre
Canto por la Mérida eterna
Y por la Fiesta ¡Venezuela mía!
Muchas gracias.
Juan Lamarca
Mérida 7 de Febrero de 2018