Discurso del Presidente
Leido en la sesión del día 17 de mayo 2017
Por RICARDO GIL OTAIZA
Aunque nos suene un tanto extraño a los hombres y mujeres de la posmodernidad, el denominado humanismo de los tiempos renacentistas centró su interés en el conocimiento del hombre, pero no sólo en lo espiritual y en las artes, sino también en la ciencia. Es decir, es de interés para el humanismo del hombre del siglo XIV y XV todo aquello que lo haga más humano. No son menos “humanas” pues la física, las matemáticas y las ciencias naturales, que el conocimiento de la filosofía, de los idiomas o de las letras. Fue precisamente a finales del siglo XIX cuando se bifurcan ambas categorías (las ciencias y las humanidades), por meros artificios de especialización y del método cartesiano, mas no por contraposición, negación o anulación entre ellas. Al respecto, Fernando Savater, en su siempre interesante libro El valor de educar (hoy reivindicado por las duras circunstancias presentes), nos dice que “la separación entre cultura científica y cultura literaria (o humanística)… no es sino una forma de renuncia. Después se hace de necesidad virtud y los letrados claman contra la cuadrícula inhumana de la ciencia, mientras los científicos se burlan de la ineficacia palabrera de sus adversarios.” En todo caso, queda más o menos referido, que la ambivalencia creada entre ambas nociones no es intrínseca a sus naturalezas, sino a la imperiosa necesidad “pedagógica” (metódica o didáctica) de quienes pretenden desarrollarlas y enseñarlas. No en vano esta propia institución que hoy nos cobija, fundada en pleno corazón del quiebre de la modernidad (hace 25 años), se instituye sobre tales premisas, sin que hayamos puesto mayores reparos gnoseológicos. A lo sumo, sutiles denuncias de quienes como yo nos oponemos a fragmentar, dividir, atomizar y segmentar lo que a nuestro juicio (discutible, no faltaría más) debería verse conjuntado en una misma noción académica y de vida. En este mismo sentido, el referido autor español, iconoclasta a más no poder del ejercicio del intelecto, también nos dice que no hay nada más humano que la técnica, ya que busca con empeñoso celo modificar las condiciones en las cuales nos movemos y vivimos. En otras palabras: busca hacer más humana la vida de todos. Obra de los humanos para los humanos. Cuestión discutible, por cierto, si analizamos con frialdad los embates de la tecnociencia a lo largo de los últimos siglos, que ha centrado su interés en elevar los niveles de vida, pero que ha fracasado ostensiblemente en esa otra variable epistémica: la calidad de vida. Si bien, ambas se nos venden como si pertenecieran a un mismo paquete, no hay correlatividad entre ellas. En este sentido, Edgar Morin, padre del pensamiento complejo, nos advierte en su obra Para una política de la civilización (2009): que “en el seno de la civilización occidental, la elevación del nivel de vida es gangrenada por el descenso de la calidad de vida.” El propio Morin en esas mismas páginas nos aclara luego su afirmación al acotar, que el desarrollo “plantea en adelante dos amenazas a las sociedades y a los seres humanos: una, exterior, viene de la degradación ecológica de los medios de vida; la otra, interior, viene de la degradación de la calidad de vida.”
No obstante, y a pesar de lo enunciado líneas arriba, no podemos soslayar la importancia que para la humanidad ha tenido el desarrollo de los saberes en sus distintas acepciones (ergo, disciplinas). Pese al deterioro medioambiental (o precisamente por él) hoy ostentamos una noción de “progreso” que ha impactado más allá de las fronteras de lo fáctico, para internarse en territorios ignotos, hasta hace poco tiempo insospechados. El ser humano, haciendo uso de la razón científica ha podido internarse en la comprensión de fenómenos de diversa naturaleza, y ha alcanzado cimas extraordinarias en la conquista de portentos técnicos y científicos que han le han cambiado la fisonomía al Ser, y a su hábitat. En el campo de las mal llamadas ciencias duras y ciencias del espíritu (eufemismo que busca amortiguar el impacto del horroroso denominativo de “ciencias blandas”), como ya hemos visto acá, los logros que hoy se exhiben posiblemente fueran las utopías del hombre decimonónico, que se las planteó como sueños inalcanzables, y hoy ya forman parte de lo cotidiano. Los viajes espaciales (pronto interestelares), las telecomunicaciones, la nanotecnología, la cibernética, la robótica, entre otros, forman parte de un apetitoso menú para el gusto más enrevesado y exigente. El texto y el libro digital, la enseñanza virtual, el aula virtual, el audiolibro, los traductores instantáneos y las redes sociales, entre otros, han hecho de las humanidades, las letras y las ciencias sociales, terra ignota. Ya nada es igual, ni siquiera los alimentos que llevamos a la mesa, ni los niños que mecemos en la cuna, ni las obras que disfrutamos en un museo o en una sala, ni el aire que respiramos, ni el agua que bebemos, porque en todo, en absolutamente todo están los sutiles y portentosos tentáculos de la tecno-ciencia, para cambiar el rostro a lo que siempre llamamos con legítimo orgullo: “nuestro mundo”.
¿Qué es entonces nuestro mundo? Yo diría, queridos académicos, que el espacio que se nos abre entre dos grandes signos de interrogación. Es decir, la incertidumbre, el desconcierto y la locura.
Las ciencias físicas, matemáticas y naturales no escapan a la vorágine relegitimadora del método científico. Es más, me atrevería a afirmar que han sido a lo largo de los cuatro últimos siglos epicentros de los grandes cambios epocales que ha vivido el hombre moderno. Las ciencias nacen así como la razón moderna, como el producto del espíritu de la Ilustración, como muestras fehacientes de la inteligencia del hombre y de su poder de modelar y de tutelar la Tierra. En definitiva: como la Ultima Ratio. Nada de lo humano escapa a su lupa escrutadora ni a sus inquisiciones. Todo dentro de ellas, nada hay que se les pueda escapar, so pena de ser catalogado como “irreal”, inexistente e insustancial. Como partes del cuerpo de lo humano, derivado del humanismo renacentista, como queda dicho, estas tres ciencias se erigen en pivotes de la razón científica y enarbolan en este lado del mundo el nacimiento de sus universidades, de la mano de las ciencias del espíritu, como legado insoslayable de sus padres fundadores, casi todos de raíces eclesiales. No en balde los firmantes del Acta que concede la gracia de Universidad al Colegio Seminario de Mérida, incluyen en su formación, además de los saberes existentes en Filosofía, Derecho Canónico y Teología, las cátedras de Anatomía (Ciencias Biológicas) y la de Matemáticas, entre otras. Tiempo después vendrían las cátedras de Física, Ciencias Naturales (por la vía de los denominados gabinetes), y paremos de contar: Medicina, Farmacia… Gran impacto tuvo en estas tierras, por ejemplo, la visita de eximios naturalistas y exploradores europeos, quienes caracterizaron en detalle lo aquí hallado, y dieron fe ante un mundo atónito la belleza e inconmensurabilidad de estos parajes. Son ellos, qué dudas caben, los precursores de los estudios naturales en Venezuela, y de lo mejor de la literatura.
Ahondando aún más en la razón ilustrada, que da fe en el territorio venezolano de los avances de las ciencias, se fundan en nuestro territorio diversidad de academias equivalentes a otras ya existentes en Europa y en algunos países de Hispanoamérica, con la finalidad de estimular el cultivo de las ciencias y su enseñanza entre los jóvenes. El 19 de junio de 1917, por Ley del Congreso de los Estados Unidos de Venezuela, se funda la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, pero por diversos imponderables (fundamentalmente de orden político) sus primeros Individuos de Número son designados en 1933 (dieciséis años después de la fundación). A partir de entonces la Academia se centra en su objetivo principal: el fomento de las ciencias. Como se podrá deducir de los datos transcritos, la citada Academia dentro de pocos días cumplirá su primer centenario y gracias a la iniciativa del Dr. Federico Panier Pocaterra, Individuo de Número Sillón 18 de la Academia de Mérida, quien también es Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, Sillón 19, hemos concertado esta Sesión Solemne para celebrar tan importante efeméride. Como es lógico suponer, para la tarde de hoy se había contemplado que nos acompañaría la Dra. Gioconda San Blas, actual Presidenta de dicha corporación, con quien establecimos contacto y se había logrado su viaje a Mérida gracias a los buenos oficios del Dr. Panier, en primer término, así como de la Dra. Patricia Ronsezweig Levy, Vicerrectora Académica de la Universidad de Los Andes y Miembro Correspondiente Estadal de la Academia de Mérida. Igualmente el ciudadano Secretario, Dr. Eleazar Ontiveros Paolini, había adelantado gestiones en diversos organismos regionales para poder sufragar los gastos relativos al hospedaje, así como también hizo una realidad la participación musical que tendremos al finalizar esta Sesión. Agradezco al académico Econ. José Manuel Quintero Strauss quien se ofreció para trasladarnos a mi persona y al Dr. Ontiveros para buscar a la Dra. San Blas en el aeropuerto de El Vigía, y luego regresarla el día viernes. Fue fundamental de igual forma la participación del Secretario Ejecutivo de la Academia de Mérida, Lic. Ramón Sosa Pérez, quien fungió de enlace entre el Vicerrectorado Académico y la Dra. San Blas. Lamentablemente, debido a los sucesos que se dan en estos momentos en toda Venezuela y que ponen en riesgo la seguridad personal y de los bienes, tuvimos que suspender el viaje de la Presidenta de la Academia, quien ya había manifestado naturales reticencias para un traslado en medio de tanta incertidumbre como la que vivimos. En este mismo sentido, se programó que el Discurso de Orden de la presente Sesión estuviese a cargo, por razones obvias, por el Dr. Federico Panier Pocaterra, quien hasta el jueves de la semana pasada lo asumió con pasión juvenil, pero dado a imprevistos quebrantos de salud de su parte, la noche de ese mismo jueves, que lo obligaron a tener que recibir atención médica urgente, él mismo nos participó la imposibilidad de poder cumplir con la responsabilidad asumida. Sin embargo, le hemos pedido al Dr. Ricardo Rafael Contreras, Miembro Correspondiente Estadal, que lea el discurso preparado por el Dr. Panier, que denominó con el sugestivo título de: Humboldt y el origen de las Ciencias Ambientales en Venezuela, y quien ha aceptado de manera gentil. De igual forma, la Dra. San Blas nos envió vía correo electrónico sus palabras de respuesta al homenaje institucional, que serán leídas en breve por el Secretario de Actas y Correspondencia Dr. Ontiveros Paolini. El Acuerdo preparado para esta ocasión será escaneado y remitido de inmediato a la Dra. San Blas. En los días subsiguientes se lo remitiremos en físico hasta la sede del Palacio de las Academias.
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Hace poco escribí en un tuit, a propósito de otra circunstancia que no viene al caso mencionar acá, lo siguiente: “No es casualidad, ni causalidad, es complejidad…” Esta tarde repito esas palabras: no es casualidad, ni causalidad, es la complejidad del vivir el que todo lo que programamos para esta tarde se diera de manera distinta a lo esbozado desde un comienzo. Las tramas sutiles de la existencia tejen sus redes y hacen que los acontecimientos a veces luzcan incomprensibles e inexplicables ante nuestros ojos; ojos humanos, por cierto. La Sesión de hoy es un claro ejemplo de ello.
Gracias a todos por su presencia, por sortear diversos escollos, por dejar la comodidad de sus hogares para estar acá. La Academia de Mérida abre sus puertas para celebrar la ciencia y a sus hacedores, y se prepara así para conmemorar en el mes de octubre sus 25 años de creación, cuyo objetivo central fue, y sigue siendo, fomentar las ciencias, las artes, las letras, la cultura, la tecnología y, la vida misma, en este pequeño y siempre acogedor rincón del planeta.
Muchas gracias…