Por: Lic. Pablo Andrés Duque A.
Orador de Orden de la sesión del 19 de febrero 2020 con motivo del Homenaje al 50° Aniversario de la Feria Internacional del Sol
Antes que Cristóbal Colón cruzara el Atlántico en 1492 en aquellas pequeñujas naves, flotando como cascaras de nuez, un bovino furibundo que había partido desde Asia, ya había cruzado la cornisa pirenaica miles de años atrás y pastaba plácidamente en un sitio de Europa que mas tarde se llamó España, como presagiando que ese sería su destino final. Fue el uro salvaje, bovino arcaico, nómada por naturaleza, que consiguió en la península Ibérica hiervas flexibles y salitrosos pastos, que hizo de ese reducto europeo su hábitat natural. Se trata del lejano ascendiente del toro de lidia; propiciador de esa lucha ancestral entre hombre y animal; de la tauromaquia y de las corridas de toros, traídas a América como reflejo inequívoco de ese vigoroso legado de costumbres y modos de ser del pueblo español ─luego que el marino ligur descubriera aquel 12 de octubre unas tierras (que dieron por llamarlas el Nuevo Mundo), que si bien no eran ignoradas para entonces por aquel navegante, si eran desconocidas y misteriosas─ y su cotidiana práctica pasó a formar parte de ese acendro cultural heredado de ese pueblo. En América, las corridas de toros comenzaron a realizarse por los mismos motivos que se realizaban en la península Ibérica; pero la historia no revela que tanto allá como acá, se hicieran o celebraran con ocasión de una feria; evento socioeconómico que los europeos idearon en la Edad Media, para vender productos en paraje público y lugar señalado. En España, por ejemplo, las ferias se han realizado a la sombra de otras motivaciones, pero las celebraciones de carácter religioso eran las que mas animaban a la gente principal de algún contorno para organizar tales emprendimientos, aprovechando la rendición de culto al santo patrón o patrona de un pueblo o una ciudad. Fueron los mercados agrícola y ganadero los que en principio alimentaron con mayor fuerza esas formas de venta pública; luego se fueron extendiendo hacia otros sectores de la producción, como el industrial, comercial, artístico y cultural, que le dieron cabida al entretenimiento y es ahí donde entraron a formar parte los espectáculos taurinos, que en principio fueron solo un elemento secundario de la Feria; pero con el tiempo pasaron a ser la parte medular de la mayoría de ellas.
Cuatrocientos setenta y cinco años después del hallazgo del Hemisferio Occidental de la tierra, don Edilberto Moreno, invitó a una reunión a un grupo de amigos que habían asistido con él a la feria ganadera de Villa del Rosario, en el municipio Perijá del Estado Zulia y concitaron en el Hotel Prado Río, para conversar sobre los pormenores de la visita realizada, dadas las buenas impresiones que les había causado y en el transcurrir de la reunión se evaluaron una serie de aspectos que generó esta pregunta: ¿teniendo el Estado Mérida grandes potencialidades agropecuarias en la Zona Sur del Lago, por qué no hacer lo mismo en la ciudad de Mérida? Las deliberaciones no se hicieron esperar y lo que pudo haber sido euforia del momento, fue una realidad, pues en diciembre de 1966, la serrana ciudad realizaba su primera feria agropecuaria, bautizada por unanimidad como “Feria de La Inmaculada”, en honor a su patrona ─La Inmaculada Concepción (esa advocación a la madre de Jesús que los sevillanos llaman la virgen de Murillo)─; pues cuando hay buena intención y el lenguaje es sincero, no importa el dónde, el cómo ni el cuándo, para que se junten voluntades decisorias para que los sueños sean ciertos. Así las cosas, la hacienda El Rosario de don Alfonso Dávila Matute ─todo un personaje de decisión y de tenaz espíritu para el logro de ese objetivo─, sirvió como sede de la feria agropecuaria y del parque de atracciones; el reinado y otras actividades se hicieron en otros sitios de la ciudad, para lograr un final de rotundo éxito. Comentó don Edilberto, que muy pronto los merideños regocijados por lo acontecido, se esmeraron en hacer sugerencias con el fin de mejorar los resultados obtenidos, por lo que surgieron conclusiones y una de ellas fue, “que una feria sin toros era como un arroz con pollo sin pollo”; que siendo las corridas de toros tradición emeritense de vieja data, que con toros criollos se realizaban con cierta frecuencia en improvisadas plazas, en Milla, Belén y otros sitos de la ciudad, que promovían algunos reconocidos personajes de la urbe emeritense como don Germán Corredor; pero sobre todo, motivados por lo que se venía realizando en San Cristóbal ─que desde hacía 3 años venían realizando corridas de casta con toreros españoles con cierto cartel y recién habían modificado el vetusto esquema de su tradicional feria de enero en homenaje a su patrono, creando la “Feria Internacional de San Sebastián” y estaban a punto de inaugurar una monumental plaza de toros (hecho que ocurrió el 18 de enero de 1967)─, los merideños debían plantearse en ese sentido también, dar un paso al frente, incorporándole corridas de toros a la naciente Feria; pero cambiando desde luego, el viejo esquema de aquellas esporádicas y pueblerinas corridas con aquel tipo de toro ─de las que don Augusto Rodríguez fue otro pionero, tanto en Mérida como en Ejido─, sino que debían ser con el nivel y la prestancia de lo que se venía realizando en la vecina capital andina y es cuando en aquella histórica reunión; también en un hotel; pero en el Hotel Tamá de San Cristóbal, donde un grupo de aficionados liderado por el bien recordado rector de la ilustre Universidad de los Andes, don Pedro Rincón Gutiérrez, donde también se encontraban, Germán Briceño Ferrigni, Román Eduardo Sandia, Álvaro Sandia Briceño y Edilberto Moreno, que habían asistido a la festividad de San Sebastián ─justamente cuando se inauguró en la antigua Villa del Valle de Santiago─ la plaza de toros de Pueblo Nuevo. Apenas a su arribo a Mérida, convocó en la sede del rectorado a las fuerzas vivas de la ciudad y se propusieron también, darse a la tarea de promover una empresa que se encargara de construirle a la universitaria ciudad su plaza de toros ─que hoy se conoce con el epónimo de “Román Eduardo Sandia”, en homenaje a uno de sus principales realizadores de esa obra─ de la que aún se siente el frescor de la celebración de su primer cincuentenario, pues el 10 de diciembre de 1967 don César Faraco Alarcón (insigne torero de Venezuela, nativo de esta tierra, quien por su ejemplar comportamiento de hombre cabal, se hizo merecedor de ganarse el respeto y la admiración de todos los que en San Cristóbal tuvimos el honor y el gusto de disfrutar de su cálida y franca amistad) daba el capotazo inaugural, con el testimonio de Paco Camino y Francisco Rivera “Paquirri”, con toros de Achury Viejo y Félix Rodríguez y desde entonces, ha sido el sitio donde en Mérida se realizan las corridas de toros, con la prestancia de las mejores plazas del mundo. Pero mucha agua ha pasado por debajo de los puentes en estos 50 años y si bien es cierto, que buena parte de ellos han sido fructíferos, hoy día no lo son tanto, por los grandes desequilibrios de nuestra economía que nos ha llevado a vivir una hiperinflación (la mas alta del mundo), que dificulta la programación y realización de espectáculos taurinos de cualquier tipo. Sin embargo, aun cuando siguen soplando vientos tormentosos tanto de orden económico como político −que desde hace tiempo mantienen en crisis a nuestra amada y sufrida Venezuela−, no han podido amilanar a citadinos ni a fuereños, de acudir a los toros en esta Mérida de siempre, sin importarle el tener que celebrar el primer cincuentenario de su Feria con un año de retraso.
Con halo de nostalgia hemos de recordar la Feria de la Inmaculada, como la feria agropecuaria que fue en 1966; pues con corridas de toros solo funcionó durante el año 1967, porque en 1968 apenas se realizó una corrida de toros que se llamó “corrida del sábado de gloria”, organizada por Román Eduardo Sandia y Pierre Belmonte que no tuvo mayor trascendencia, como no fuera la de dar nacimiento a la feria actual, al tener que cambiar su celebración para el mes de febrero del año siguiente, para evitar que el manto azul purísima de La Inmaculada siguiera mojándose de tanto guarecer a los feriantes de las pertinaces lluvias decembrinas que suelen caer por esa temporada sobre esta señorial ciudad. Es así como en las fiestas carnestolendas de 1969 se realiza la primera Feria del Sol, llamada también por esa circunstancia “El Carnaval Taurino de América” ─y aunque algunas veces también llueve─, ha garantizado con creses tardes de sol y arena y aquella incipiente idea que dio nacimiento en el año 1966 a aquella feria agropecuaria, decantó en una feria taurina, que hoy es vivo ejemplo de constancia y tenacidad y sin temor a equivocarme, se mantendrá altiva por todos los tiempos; pues tiene dolientes que con seguridad garantizarán que siga cumpliendo mayoría de edad; porque en los pueblos lo bueno que en ellos acontece, permanece sólo por la acción providencial de hombres insustituibles y Mérida gracias a Dios, también los tiene y con suficiencia; se siente como si existiera un pacto permanente entre su gente para mantener −a pesar de las dificultades−, en vigencia su Feria del Sol, que al igual que el semblante de su laboriosa gente, viene cambiando, sin importarle que aquellos jóvenes que la fundaron se hayan puesto viejos y que otros lamentablemente ya no están, porque los presentes no permitirán que su Feria envejezca.
Una muestra de ello, es este apoyo que desde hace tiempo le viene brindando a este carnaval taurino esta ilustre Academia; importante institución creada para beneficiar el desarrollo cultural y científico del Estado Mérida y su ciudad capital y como el olvido es crónico por definición, debo aprovechar esta cita, para expresar mi agradecimiento a los ilustres miembros por tan importante apoyo y así mismo expresar bajo la sombra que solaza esta fraterna reunión, mi impagable agradecimiento por la deferencia que han tenido, tanto la anterior junta directiva, como la actual (que preside el tachirense, don Eleazar Ontiveros Paolini), al ratificar ese gesto para con mi persona, de haberme escogido como “orador de orden” para tan histórica ocasión, cuando sé de sobra que en esta ciudad existen muchas personas con sobradísimos méritos para el cumplimiento de este rol, que con seguridad lo hubiesen hecho mejor que yo; para todos, dejo empeñada mi palabra de gratitud.
También doy las gracias al Divino Creador, por permitirme estar de nuevo en Mérida; ciudad creada para defender y amar la libertad, cuando el 16 de septiembre de 1810 formalizó su apoyo al movimiento emancipador del 19 de abril de 1810; pero es que el 18 de mayo de 1813 también tuvo la gracia de haberle otorgado a Simón Bolívar el glorioso título de Libertador; por eso ama la tauromaquia; ciudad para las luces del saber, que a través de su ilustre Universidad ha sido fuente inagotable para el conocimiento científico y humanístico de Venezuela, para orgullo de esta tierra ante el mundo; a ella acudo desde mi adolescencia y no he dejado de venir a disfrutar de su hermosa feria taurina, rodeado del cariño y confraternidad de su gente, teniendo siempre como mudo testigo las hermosas y milenarias cumbres de su Sierra Nevada, que inspiró la imaginación literaria del eximio escritor merideño don Tulio Febres Cordero cuando escribió la hermosa leyenda de las Cinco Águilas Blancas; ciudad de añoranzas, que anima al que llega, a quedarse y al que se marcha, a un pronto regreso, por tan buenas y hermosas cosas que atesora esta generosa tierra.
Como la palabra dicha tampoco tiene función por sí misma, si permanece cerrada en cofre de recuerdo sordo, no podía sustraerme de expresar en un acto tan institucional como este, traer a cuenta la urgente necesidad de intensificar la defensa de la fiesta de los toros; es mi deber como aficionado exhortar a los presentes, del deber en que estamos ─sobre todo los que gustamos de ella─ de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para sacarla de ese torbellino que la acecha; que sigamos aquel ejemplo cuando en España, comenzando el siglo XVIII, Felipe V abolió las corridas de toros y el pueblo llano en franca contraposición la reconquistó en las calles cuando desobedeció aquel mandato y porque conviene repetirlo, quisiera ahora que esa intención fuese una declaración de principios para defender en todos los sentidos las corridas de toros, para no dejar que nos la terminen de arrebatar; que ante las aversiones tan frecuentes por la Fiesta como la expresada en aquel tiempo por el fundador de la actual dinastía de los borbones, lejos de amilanarnos, nos den fortaleza como lo hizo en aquel tiempo el pueblo mas desposeído socialmente de España, cuando no permitió que esa negativa acción prosperara y ahora, 300 años después, cuando también comienza otro siglo, nos sirva de ejemplo para que no permitir que determinados grupos (empresas trasnacionales incluidas), pretendan abolirla y menos políticos inescrupulosos, que por conveniencia e inconfesables fines, se unan a ellos con tan perverso objetivo; no en valde vale recordar en ese caso lo que una vez dijo Benito Juárez: “No hay fuerza que valga, cuando un pueblo esta decidido a luchar por su libertad”.
No es fácil desconocer lo que ha significado ese enfrentamiento ancestral entre el hombre y el toro, que ha pervivido hasta nuestros días a través de la tauromaquia; diversos tratadistas han demostrado que desde el Paleolítico Inferior el antiguo hombre español se ha enfrentado a toros salvajes en las estribaciones del Guadarrama; que de la zona norte de Madrid y tierras de Aranjuez a las riveras del Tajuña y sobre todo del Jarama, la capital del reino español goza de acreditada fama de ser cuna de toros bravos desde la mas remota antigüedad. Existen otras regiones donde el nómada furibundo se alojó con anterioridad a esa región de la extensa Castilla, luego de haber poblado toda Europa; lo que sucedió fue que mientras el viejo continente lo exterminó, España lo conservó y hoy pervive a través del toro de lidia, hermoso animal que también logró cruzar el gran charco, para que los americanos conociéramos también uno de los especímenes mas hermosos de la naturaleza. “Porque existes es brava la belleza” dijo el poeta Julio Alfredo Egea.
Del prólogo de la extraordinaria obra literaria de Joaquín López del Ramo, “Por las Rutas del Toro”, extraigo este apunte que da fe de esa afirmación: “Entre todas las criaturas del reino animal no hay ninguna que reúna caracteres tan bellos y a la par tan misteriosos como el toro bravo…Sólo el toro de lidia es al mismo tiempo poderoso, arrogante y armónico, bondadoso y agresivo; algo así como un guerrero que lleva escrito en sus genes el mensaje de la bravura y tiene una crianza lujosa hasta su madurez, justo el momento en que debe morir. El epílogo violento que cierra su vida, posiblemente no tenga sentido para algunos, los que dicen amar los animales. Sí lo tiene para los que intentamos conocerlo de cerca y consideramos que la suya es la muerte del héroe, del que tiene la oportunidad ─que no se da a ningún otro animal sostenido por el hombre─ de perecer matando, y de salvarse, en ultima instancia, por su bravura”.
Don Fernando Claramunt en su obra “Aroma de Torería” recuerda un epígrafe que se encuentra en un mosaico en la ganadería, Rocío de la Cámara, que dice: “Gloria a los que saben morir con Honor”. ¿Lo entenderán los llamados “animalistas” y todas esas personas que nos adversan? ¿Qué sabrán del honor esos que pintan en las paredes escenas grotescas de la fiesta de toros y escriben en las paredes frases desconsideradas y algunos hasta agreden físicamente a los que gustamos de las corridas de toros? Siendo los toros como son, Naturaleza, deben seguir pastando como sus ancestros, en manada, sin que las circunstancia que les rodea pueda significar ningún riesgo de extinción, porque de ser abolidas las corridas de toros, con seguridad que el lejano descendiente del Bos Primigenio desaparecerá.
Al trasluz de su imagen historiada parece que ha de ser eterno ese empecinado enfrentamiento, de unos contra otros grupos humanos a causa de una lucha ancestral entre el hombre y el toro, que otros no entienden porque la consideran orientada por sentimientos muy distintos de nuestra convicción; como si hubiese que elegir entre uno y otro bando. Pero todo hay que decirlo, antes de exigir libertad de pensamiento y respeto absoluto a las Minorías, debemos primero respetar a quien no guste de la fiesta de los toros, para exigir lo mismo por nuestra preferencia. Pero en ese sentido (según Felipe Pedraza), la Fiesta es víctima de una doble incomprensión, pues los que la abominan no entienden su sentido; creen que el ganadero, el torero y el aficionado, sienten un sádico y primitivo placer en el enfrentamiento del toro, que imaginan similar al suyo, de estar en el mismo trance; no aceptan que la fiesta de los toros es un rito y un espectáculo donde se conserva toda la violencia de la vida. Es una tragedia en que los actores mueren de verdad.
La otra incomprensión corresponde a espectadores mas o menos fervorosos, pero en ningún caso taurófobos, que conocen de forma vaga e imprecisa el significado técnico y el valor simbólico de lo que ven año tras año, en la feria y fiestas patronales de su localidad. Comulgan con el rito, pero desde una fe ciega, o al menos, poco ilustrada.
Debemos convencernos que todo ese ataque sistemático en contra de la fiesta de los toros, hace tiempo que dejó de ser un simple problema de enfrentamiento entre dos grupos, sino que se trata de una guerra ─créanme que no exagero─ y así es como el problema lo tenemos que enfrentar, si queremos evitar un fracaso mayor en poco tiempo. En ese sentido, dejo como reflexión algo que dijo el general Douglas MacArtur: “La historia de los fracasos en la guerra puede resumirse en dos palabras: demasiado tarde. Demasiado tarde en comprender el letal propósito del enemigo; demasiado tarde en tener conciencia del mortal peligro; demasiado tarde en lo tocante a la preparación; demasiado tarde en la unión de todas las fuerzas para resistir; demasiado tarde para ponernos del lado de nuestros amigos.
El enemigo esta debidamente identificado; tanto dentro como fuera de la Fiesta; sabemos el daño que desde hace tiempo cada uno viene haciendo; pero mas daño le ha hecho nuestras omisiones o cuando la defendemos de forma timorata, por no estar bien preparados para ello. La Fiesta no se acaba porque la ataquen, sino por ser mal defendida; entonces cabe esta pregunta: ¿Qué le habrá hecho mas daño a la Fiesta…los que están fuera, que la abominan, pero que lo hacen de manera franca cuando expresan su disconformidad, o los que están dentro y con su hipocresía han estado quebrantando de forma artera sus postulados? Así las cosas traigo a cuenta a José Bergamín quien dice en su obra “El Arte de Birlibirloque” que el accionar del hombre ante el bravo animal tiene que ser con rectitud y la rectitud es siempre moral; nunca artística; es separar el arte del artificio, que ese sí lo falsifica; que en el juego se puede ganar con trampa; pero entonces es cuando el juego no vale. Por consiguiente, tanto el buen torero, como el buen ganadero, el buen empresario, el buen cronista, el buen crítico, los buenos aficionados y todo aquel que con uso de razón tenga relación con la fiesta de los toros, deben tener presente y no olvidarlo nunca: que desde que esa Fiesta existe, el único que no ha mentido, es el toro. Se hace tarde. No hay tiempo que perder; pero como el mundo es de los que se atreven a equivocarse; entremos en acción; no permitamos que se nos haga demasiado tarde.
Lic. Pablo A. Duque A.