Por: Dr. Eleazar Ontiveros Paolini
POEMARIO DEDICADO AL RÍO TORBES: JORDÁN DONDE BAÑÉ MI INFANCIA Y JUVENTUD
SEGUNDA ENTREGA
XI La vi una tarde entregando su cuerpo a tu corriente. Besabas su piel, lamias su sexo, erotizando cada surco del meandro de sus ansias. Las poluciones compulsivas, alimentaban de brillo a los inquietos pececillos, que dueños del color, reflejaban la agitación en cada escama. XII Las sombras de la noche no encontraron eco en tus reflejos. Ocultaban Los perfiles de la luna, los tachones estrellados y la luz de tu sinfonía de arrullos acompasados, suspiro de la entrega. XIII La pomarrosa Cayó sobre tu lecho acuoso, desprendida de su placenta vegetal. Se hizo naos de rápido bogar por entre las piedras y los juncos y los quiebres y la espuma, hasta llegar al valle en que la quietud la retuvo en celda abierta, en estático espacio de color barroso. XIV Ansioso deseas irte hasta la explanada, donde tu cuerpo quiere ser acariciado, por manos más llenas de avidez. Amor que en flema despaciosa, asume la esperanza que perdura. XV La trasparencia deja ver tus senos henchidos de deseo. Eres ansiedad de orilla a orilla, sin término posible. Tus aguas retienen la visión de los recuerdos y la historia de las caricias habidas en tantas burbujas envolventes. XVI Me aturdes acostada en la cresta de la espuma, expuesta al sol que da tibieza a los deseos. Tu desnudez me incita, pero mi cercanía de ruegos es inútil, prefieres la suave constancia de sus caricias acuosas. XVII Cuando el calor apremia los sentidos con punzante ardor de brasas, el llamado se hace inevitable: los poros, las manos, los labios y el nimbo de las ilusiones, reciben tu clamor, venido desde el más allá del soto en que las corrientes empiezan a bajar, repitiendo estrofas aprendidas desde siempre. Sumiso me sumo a los ímpetus, braceando ávido en el cauce. Pondero, entonces, agotado, el valor cierto de tu aplectivo enardecer. XVIII Sumerjo mi cuerpo en tus entrañas. Compruebo mi incapacidad anfibia y la razón por la que te burlas de mi vejez apresurada. Sabes que mañana, cuando la tierra me cubra cumpliendo el ritual del viajar inevitable, no volveré a gozar de tu terneza tibia. XIX Me dices Con quietud de espuma, que otros vendrán a solazarse en tus antojos. Serán, lo sé, cuerpos de jóvenes lozanos y de muchachas deseosas por sentir tu afán, dulce y constante. XX Cuando crece tu corriente te sientes poderoso, te desprecio en el insomnio que me provoca tu salvaje atropellar; pero te amo cuando manso, cuál cordero enternecido, arrullas mis viajes ilusorios a irrealidades asombrosas. XXI En tus aguas aprendí a amar lo natural: lo dibujado por Dios, para los hombres y sus sueños.
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