Por: Dr. Eleazar Ontiveros Paolini

Tercera entrega semanal por capítulo de la novela Muriendo desde la Z.

III
EN SALAMANCA

Llegaron al aeropuerto. El vuelo saldría a las 10.30. Hicieron el registro correspondiente. De inmediato se dirigieron al cafetín. Sorprendidos vieron al Secretario de la Academia sentado en una de las mesas, tomándose un café. Notaron que  fijaba su vista en todas las muchachas que pasaban cerca, detallándolas con minuciosidad.  El ir y venir de personas, en un desfile multicolor aderezado por esa cadencia especial de los españoles al hablar, producía cierto mareo en Leonardo. Fernando no miraba a su alrededor. Leía con avidez la novela “La Familia de Pascual Duarte” del Premio Nobel Camilo José Cela Conde, que acababa de comprar en la librería del aeropuerto. Era maniático de la lectura. Cuando se adentraba en ella no existía mundo externo capaz de distraerlo, por muy agitado y bullicioso que fuera. Pero en esa oportunidad, como movido por un resorte, Leonardo miró con interés a una muchacha rubia, de ojos azules, nariz perfilada, alta, de cuerpo bien tallado  y que mirándolo con coquetería, le dispensó una bella y ebúrnea sonrisa que le produjo una inquietante sensación. Recordó de inmediato  a su querida Dolores.

▬ Qué sorpresa ▬ dijo efusivamente Fernando ▬ nos resulta muy agradable que hayas venido a despedirnos.  Consideramos que eres la más estrecha amistad que hemos conseguido en este viaje.

▬ Gracias, contestó el secretario una vez que tomó el último sorbo de su café ▬, pero en verdad, y me agrada mucho, no vine a despedirlos sino a acompañarlos a Salamanca. El Presidente de la Academia, consideró que mi compañía podría resultarles útil, en especial porque conozco a tan bella ciudad y su Universidad como la palma de mi mano. Y no es para menos, allí hice mi licenciatura y me doctoré en Literatura Española. De paso ▬ dijo enfatizando con orgullo ▬, los académicos no dejan de comentar lo extraordinario que resultó la presentación de Leonardo. Muchos no terminan por creer lo que apreciaron. Por cierto ¿Vieron los periódicos? En la primera página de cada uno de ellos aparecen ustedes a todo color y un recuento muy elogioso de lo que sucedió en la Academia. A eso se suma la aparición en todos los noticieros de la televisión, transmitidos para el mundo entero. Por lo menos, hoy son ustedes más populares en Madrid que el Real Madrid, el Atlético de Madrid y el Rayo Vallecano y, eso, en  esta ciudad, apasionada por el futbol como ninguna, es algo excepcional.

Abordaron el avión. El viaje fue rápido En más o menos cincuenta minutos aterrizaron en el aeropuerto de Salamanca. El calor era insoportable, quizás mucho más fuerte que el que pudieran haber sentido alguna vez en Maracaibo. Pero tal incomodidad era solventada por la expectativa de poder estar en tan antigua y prestigiosa  Universidad, toda una leyenda de la educación superior en España.

A diferencia de lo que pasó en Madrid, los estaba esperando el Secretario de la Universidad, en representación del Rector. Era un hombre con ojos que denotaban inteligencia, pelo rizado, cejas pobladas y color un tanto moreno que hablaban de la genética moruna, sobriamente vestido y de poca estatura. Tenía un trato delicado y se mostró desde ese mismo momento, dispuesto a complacerlos en lo que estuviera a su alcance. Supieron que tenía gran prestigio como investigador en el campo de la historia y que era mucho lo que había publicado, incluyendo un trabajo único sobre el padre De Las Casas, del cual recibirían  en la  universidad un ejemplar.

Una vez que abordaron el coche del catedrático, éste, con amabilidad, les preguntó si querían ir al hotel o preferían primero aceptar la invitación de la Universidad de ir a almorzar.

Leonardo, dado su proverbial apetito, contestó de inmediato que era preferible ir al restaurante seleccionado, pues resultaba más práctico hacerlo así y después ir al hotel a descansar un rato, pudiendo quedar a disponibilidad a eso de las cinco, para hacer el recorrido por la ciudad, que como tal figuraba en la programación que se les había ofrecido.

El Secretario de la Academia, que había permanecido en silencio, pues entendía que todo quedaba en manos del catedrático, representante de una Institución que sabía planificaba todo de una manera impecable, manifestó que él también preferiría ir a almorzar primero, pues debía estar en la Universidad a más tardar a las 2 de la tarde.  Algunos profesores, aclaró, lo estaban esperando para darle a conocer un proyecto de publicación que pensaban someter a la consideración de la Academia.

Dirigiéndose al Secretario de la Universidad le preguntó que cuál era el restaurante seleccionado, a la vez  que con un tonito pedante, afirmó que los conocía a todos y sabía lo que ofrecían como especialidad. Recordó que cuando vivió en Salamanca, una de las cosas que aprendió fue a apreciar el arte culinario de tanto chef bueno que había en decenas de  restaurantes, todos ellos dispuestos, como era natural, a satisfacer el gusto de los turistas, lo que implica mucha calidad.

El Secretario se sintió apabullado por el académico, pero manteniendo su compostura aclaró con decisión que irían al restaurante “Río de la Plata”, visitado por todos los que venían a Salamanca de otras ciudades de España y de otros países. Enfatizó que en la clasificación de los órganos turísticos especializados, figuraba entre los dos primeros.

El académico dijo que lo conocía, a la vez que aceptaba la escogencia. Les aclaró a sus invitados que almorzarían muy, pero muy bien, ya que, incluso, era el restaurante preferido de la Duquesa d Alba y eso eran palabras mayores.

Vino la primera botella de vino. Los dos españoles lo bebían como agua. Leonardo y Fernando lo hacían con moderación. El efecto del apurado en Madrid, llamaba a cierto comedimiento.

De entrada el anfitrión pidió lonjas de jamón Pachané de verduras, riñones guisados y judías verdes, y de plato central, la especialidad de la casa: merluza a la romana.

Salieron satisfechos, comentando la exquisitez de la merluza. Luego, ya en el automóvil, de mutuo acuerdo, decidieron dar un paseo por los sitios más significativos. Al finalizarlo aclararon que irían al hotel a dormir, y así, con un descanso prolongado, esperaban tener la mejor forma para ir a la Universidad a cumplir con lo que calificaban como un delicado y exigente compromiso.

El paseo fue exhaustivo, visitaron, apreciando todo desde el carro, la Plaza Mayor, la Plaza de Toros, La Glorieta, Palacio de Fonseca, Campus Miguel de Unamuno, Palacio Monterrey, Casa de las Conchas, el Museo de Arte, Museo de Historia y la Casa Museo de Unamuno.

Llegaron algo cansados al Hotel “Palacio San Esteban”. La edificación estaba rodeada de monumentos históricos. Les explicaron que se trataba de un convento de encanto atemporal, cómodo y elegante, al cual preferían los turistas europeos, que hacían reservaciones con meses de anticipación.

Durmieron profundamente. A eso de las ocho de la mañana despertaron. Se alistaron sin recurrir al smoking. Prefirieron un traje ligero, pues el calor arreciaba desde la mañana misma.

El catedrático fue puntual. A las nueve ya estaban rumbo a la Universidad. Este se mostraba más nervioso que Leonardo y Fernando, ya acostumbrados a compromisos similares. La experiencia y los éxitos ininterrumpidos habían bloqueado la aparición no controlada de emotividades inconvenientes y dado un grado significativo de seguridad.  

Procurando distraer y distraerse, disminuir la tensión que se viviría en pocas horas, el catedrático les explicó que la Universidad de Salamanca era la más importante de la Comunidad Autónoma de Castila y León, y una de las más prestigiosas y conocidas de España. Aclaró, a la vez, que era la más antigua del país y la cuarta más añeja de Europa, pues sólo habían sido fundadas antes que ella, las de Bolonia, Oxford y París, llamada esta última en la actualidad La Sorbona.

▬ Y la fundación ▬ preguntó Fernando interesado en el dato.

▬ Fue en el año 1218, por iniciativa de Alfonso IX. Desde entonces ha sido considerada uno de los patrimonios más relevantes de España. Y por curiosidad, amigos ▬ dijo con fruición ▬ hay hombres sobresalientes que han hecho vida en ella como catedráticos de primera y que son parte de su patrimonio intelectual. Uno de ellos, conocido mundialmente, don Miguel de Unamuno, nacido en Bilbao y doctorado en Madrid, obtuvo por oposición  en ella cátedra de griego, llegando a ser Rector de la Institución por muchos años. Murió en 1936. El otro, símbolo indiscutido de la Universidad es Fray Luis de León. Fue uno de los escritores más importantes del renacimiento. Él protagonizó un pasaje que siempre es y será recordado. La cuestión fue así: por preferir el texto hebreo del Antiguo Testamento a la versión latina, traducción de la Vulgata hecha por San Jerónimo, fue tomado preso, permaneciendo encerrado durante ocho años. Cuando fue liberado, volvió a la Universidad y en el salón de clases, como si no hubieran transcurrido los largos años de cautiverio, pronunció la célebre frase: “Como decíamos ayer”, con lo cual demostró que no le importó nada la injusticia cometida con él.

Terminaba de hacer la narración el catedrático, cuando se vieron en la puerta de la bella edificación, antigua en todo su esplendor, en que tenía asiento la prestigiosa Institución. Por los alrededores transitaban decenas de jóvenes con libros bajo el brazo. No faltaba alguna pareja que a la sombra de algún árbol, se acariciaban con entusiasmo.  El Rector, un hombre alto de ojos azules, con una barba que le daba aspecto de profeta y sugería dignidad, y otras autoridades, los esperaban. Cientos de curiosos, profesores y estudiantes, se aglomeraban en las márgenes de la entrada, ansiosos de ver de cerca al excepcional jovencito, que en un rato les demostraría lo asombroso de su memoria. Los periodistas, inquietos, yendo de lado a lado, tratando de cumplir su cometido, esperaban la oportunidad adecuada para entrevistar a los visitantes. La televisión transmitió sin interrupción desde el momento en que se apearon del vehículo.

El auditorio estaba, como era de esperarse, abarrotado. Subieron al escenario a los acordes de un aplauso sonoro, acompañados del catedrático que, con seguridad, sería el maestro de ceremonias.

El Rector, como era de esperarse, saludó efusivamente a los presentes y dimensionó, con elegante retórica, la importancia del acto para la Universidad, a la vez que elogió las dotes de Leonardo y la magnífica conducción pedagógica de Fernando, con lo cual dejó instalado el acto.

El catedrático, una vez que el Rector terminó con sus palabras, mostrando un entusiasmo creciente, tomó el micrófono en sus manos y aclaró que de inmediato se procedería a la esperada prueba, que tanta expectativa había generado. Luego dio a conocer la metodología que se seguiría: en la mesa que está ubicada delante de mí, hay treinta sobres ▬ aclaró ▬. En cada uno de ellos hay una tarjeta con la palabra seleccionada escrita en el anverso. En el reverso de la misma tarjeta está la o las acepciones establecidas en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, que deben ser coincidentes con las que exprese el  señor Leonardo Prado. Queda entendido que si bien lo dicho por él no tiene que ser textualmente igual, debe indicar lo mismo, sin equívocos. Es importante aclarar que si bien hay treinta sobres disponibles, sólo se abrirán quince, tal como se estableció previamente en las condiciones que regulan la prueba, decididas de mutuo acuerdo entre los invitados y nuestra Universidad. Por otra parte, se acordó que el señor Leonardo puede posponer alguna o algunas palabras, si es que en el momento no recuerda sus acepciones, y éstas, con igual procedimiento, volverán a considerarse al final. Es importante anotar, además, que nombres de minerales, compuestos químicos, vegetales y referencias geográficas, no son consideradas. Las palabras fueron seleccionadas por distinguidos profesores de nuestra universidad, expertos en todo lo relacionado con el idioma y que no incluyeron ninguna de uso común, es decir, que se optó, si se puede considerar así, por palabras adventicias.

Leonardo, oída la explicación del catedrático, se acercó al micrófono con paso decidido y pidiendo el consabido permiso, se dirigió a los presentes, mostrando una entereza asombrosa. Con voz pausada señaló que agradecía  la invitación de que habían sido objeto, pues la misma los  llenaba de orgullo. Agregó que la invitación la consideraba como una bendición, ya que le despertaba una emoción indefinible el hecho de poder estar en el seno de  tan antigua y prestigiosa Universidad, dando a conocer una cualidad que si bien nadie le había  explicado a cabalidad de dónde provenía o que la determinaba, era demostrativa de que los caminos del señor resultaban inescrutables, y, los humanos, eran siempre, de una manera u otra, objeto de su amor y sus bendiciones.

¡Efusivos aplausos!

Leonardo, de inmediato, escogió el primer sobre y así lo haría con los otros catorce, lo entregó al maestro de ceremonias y este leyó la palabra seleccionada.

Primera palabra: Contrada.

Leonardo: Paraje, sitio, lugar.

Tarjeta: Paraje, sitio, lugar.

¡Aplausos!

Segunda palabra: Badina.

Leonardo: Charco de agua detenida en los caminos.

Tarjeta: Charco de agua detenida en los caminos.

¡Aplausos!

Tercera palabra: Uloideo.

Leonardo: Parecido a una cicatriz

Tarjeta: Parecido a una cicatriz.

¡Aplausos!

Cuarta palabra: Yedgo.

Leonardo: La pospongo

Murmullo generalizado

Quinta palabra: Zato.

Leonardo: Pedazo o mendrugo de pan.

Tarjeta: Pedazo o mendrugo de pan.

¡Aplausos!

Sexta palabra: Neyudo.

Leonardo: Viudo.

Tarjeta: Viudo.

¡Aplausos!

Séptima palabra: Plinto.

Leonardo: Cuadrado sobre el que se asienta la base de la columna. Base cuadrada de poca altura.

Tarjeta: Base cuadrada de poca altura. Cuadrado sobre el que se asienta la base de la columna.

¡Aplausos!

Octava palabras: Tequio.

Leonardo: Molestia, perjuicio.

Tarjeta: Molestia, perjuicio.

¡Aplausos!

Novena palabra: Ucase.

Leonardo: Orden gubernativa tiránica e injusta.

Tarjeta: Orden gubernativa tiránica e injusta.

¡Aplausos!

Décima palabra: Vividizo.

Leonardo: El que se regala o se divierte a costa ajena.

Tarjeta: El que se regala o se divierte a costa ajena.

¡Aplausos!

Décima primera palabra: Yusente.

Leonardo: Marea que baja.

Tarjeta: Marea que baja.

¡Aplausos!

Décima segunda palabra: Zafacoca.

Leonardo: Riña, pendencia, trifulca.

Tarjeta: Riña, pendencia, trifulca.

¡Aplausos!

Décima tercera palabra: Arcatifa.

Leonardo: Mezcla de cal y arena que admite pulitura.

Tarjeta: Mezcla de cal y arena que admite pulitura.

¡Aplausos!

Décima cuarta palabra: Suripante.

Leonardo: Mujer corista en un teatro, mujer baja moralmente, despreciable

Tarjeta: Mujer corista en un teatro, mujer baja, moralmente despreciable.

¡Aplausos!

Décima quinta palabra: Segullo.

Leonardo: Primera tierra que se consigue en las minas de oro.

Tarjeta: Primera tierra que se consigue en las minas de oro.

De pie, entusiasmados, los asistentes aplaudieron durante más de un minuto. Sabían que habían sido testigos de algo excepcional, inexplicable. Se sentaron y expectantes esperaron que se dijera de nuevo la palabra que Leonardo había pospuesto.

El maestro de ceremonias, prolongando el momento, leyó la palabra pospuesta: Yedgo.

Leonardo se concentró por unos veinte segundos y de pronto, con manifiesta alegría dijo: Que significa lo mismo.

El catedrático que fungía como maestro de ceremonias, emocionado, conociendo de antemano el significado, leyó lo escrito en la tarjeta: Que significa lo mismo.

La gente admirada, conmovida, emocionada, no sólo aplaudía a rabiar, sino que gritaba: ¡Bravo! ¡Bravo!¡Sobresaliente! ¡Admirable!

¡Declarémoslo Profesor Honorario de la Universidad!, gritó un joven desde el fondo del teatro.

Se iban a bajar del escenario, cuando una muchacha, ubicada en el centro del auditorio, levantando la voz para que todos los asistentes pudieran oírla, dijo:

¡Señor Leonardo. Yo soy venezolana!  Hago un doctorado en filosofía. Le solicito, pues lo suyo no se repetirá, que, por favor, nos de la acepción de unas tres palabras más.

¡Sí! ¡Sí! Coreó el público asistente, a la vez que aplaudía con intensidad.

El maestro de ceremonias, sorprendido, esperó que el aplauso terminara para con voz que pretendía autoritaria, aclarar que lo sentía mucho, pero lo convenido con el señor Leonardo y el profesor Fernando se había cumplido a cabalidad, por lo tanto…

Leonardo, emocionado, interrumpió al académico, para manifestar que por él no había ningún inconveniente y que la solicitud de su paisana podía ser satisfecha sin ningún problema. Sugirió que en aras de la brevedad, tres nuevos sobres fueran abiertos simultáneamente y el procuraría dar las acepciones en forma conjunta.

El Maestro de Ceremonias, con manifiesta contradicción, se acercó a la mesa en donde estaba los sobres, escogió tres, los abrió y leyó

Epulón, Deicida, Acridolera.

Un silencio absoluto pleno el auditorio. Todos esperaban que de nuevo el muchacho saliera airoso.

Después de pensar un momento, Leonardo, con seguridad asombrosa, dijo sin dudarlo:

Por epulón se entiende el que come y se regala mucho; por deicidia a cada uno de los que dieron muerte a Cristo o contribuyeron de alguna manera a ella; y acridolera es el apósito que se utiliza para cazar langostas.

EL Maestro de Ceremonias, ya sosegado, leyó las acepciones que figuraban en la tarjeta y sobresaltado por la emoción, dejando de lado su molestia, manifestó que las respuestas eran satisfactorias.

El público aplaudió desde que Leonardo se bajó del escenario y hasta que salió del auditorio. Los académicos, muchos de ellos llenos de años de vida, estaban asombrados, desconcertados, pasmados, maravillados. Dimensionaban en hecho de haber sido testigos de algo que nunca se imaginaron, ni remotamente, que fuera posible.

Fue difícil salir hasta el espacio destinado al acostumbrado brindis. Todos querían tocarlo, hablar con él, manifestarle su admiración. Los periodistas, siempre insistentes, procuraban las declaraciones de viva voz. La televisión esperó en una oficina a donde sólo se dejó entrar a los medios, y en la cual Leonardo y Fernando, tendrían una rueda de prensa, pudiendo declarar con propiedad y sin sentir ningún atosigamiento. Algunos venezolanos que hacían su doctorado, a empellones, abriéndose paso como fuera, se acercaron a Leonardo y lo abrazaron efusivamente, dándole a conocer el orgullo que sentían como paisanos. Uno de ellos, un joven de unos treinta años, le dijo que era natural del Rubio y que conocía perfectamente Villa Páez y Betania, pues en su adolecería se tuvo que dedicar al contrabando de gasolina a Colombia para poder subsistir y ayudar a su familia, pobre de solemnidad. Leonardo quiso conversar con él, pero fue imposible, el río humano que lo rodeaba, lo empujo sin miramiento alguno.

El Rector, después de pasadas las manifestaciones, sostuvo una larga conversación en sus oficinas, a la vez que les obsequiaba pines distintivos de la Universidad y un bello ejemplar de “Don Quijote”, con pasta de cuero y letras en bajo relieve impregnadas de oro, y una edición antigua del DRAE, el diccionario de la lengua. De igual manera, les obsequió lo que según él era una joya que se merecían pues sus cualidades estaban relacionadas con la lengua, el más grande patrimonio de los españoles y de los latinoamericanos. Se trata ▬ aclaró orgulloso ▬ de un ejemplar de la Décima Quinta Edición del Diccionario de la Lengua, editado en 1925, de la cual la Universidad sólo tenía veinticinco.

▬ ¿Y la primera edición cuándo fue? ─preguntó Leonardo interesado.

▬ Bueno, estimado y admirado amigo ▬ respondió el Rector afectando complacencia profesoral ▬ la primera apareció en 1772, pero sus orígenes se remontan a 1611, aproximadamente, cuando un erudito de nombre Sebastián Covarrubias, escribe “El Tesoro de la Lengua Castellana o española”, es decir, el primer trabajo en que el léxico castellano es definido en la misma lengua. También es el primer diccionario publicado en Europa para un “lenguaje vulgar”. De todas maneras, le voy a obsequiar un trabajo en que se narra toda la historia, pues son muchos los detalles implicados, difícil de dárselos a conocer en tan poco tiempo.

▬ Gracias, señor Rector. Es usted muy amable ▬ dijo Leonardo sin poder disimular su emoción ▬, Tenga la seguridad de que este día nunca desaparecerá de mi mente, de mis sentimientos y de los de mí tutor. Han sido ustedes muy amables.

Llegaron al hotel bastante tensod. Antes de irse a la habitación intercambiaron opiniones con el Secretario de la Academia, que había estado en el público. Éste les comunicó que permanecería una semana en Salamanca por cuestiones relacionadas con su trabajo y que por eso no los acompañaba a Madrid. Efusivamente se despidió, deseándoles lo mejor. Supuso que a lo mejor se verían en Venezuela, pues la Academia de la Lengua Venezolana, estaba por formularle una invitación, para conversar cuestiones relacionadas con los nuevos términos utilizados comúnmente por la población y no incluidos en el Diccionario.

El avión salió para Madrid a eso de las nueve de la mañana. Era un viaje relativamente corto. Estarían en la capital a eso de las diez y quince. No comentaron nada en el viaje. Estaban pletóricos. Todo había resultado mejor de lo esperado y llevaban en sus bolsillos una significativa cantidad de Euros. Los periódicos, de nuevo, a pleno color, mostraban sus fotos en la primera página y los elogiaban primorosamente. De Madrid saldrían para Venezuela a las dos de la tarde, causa por la cual permanecerían en el aeropuerto de Barajas hasta esa hora. El chófer, según las órdenes recibidas los había recibido junto a dos académicos jóvenes, que mantuvieron una amena conversación hasta el momento en que IBERIA anunció el vuelo rumbo a Maiquetía, Venezuela.

La experiencia había sido excepcional ▬ pensó Leonardo al momento en que subía las escalerillas del avión ▬ A pesar de estar tan sólo tres apretados días en España, la había apreciado como un país inigualable, maravilloso, lleno de colorido e historia Se prometió que algún día volvería sin el atosigamiento de los apremios que implicaban sus presentaciones.

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