Por : Dr. Eleazar Ontiveros Paolini

CAPÍTULO XV

VIXIT

La vida de Leonardo y Dolores era placentera, apacible, dulce. Día a día se embriagaba el uno en el otro, en compenetración inigualable, al arrullo de un ambiente de afabilidad suave y serena. Los pinos crecían, día a día, a velocidad vertiginosa, rodeando la casa de verdor, de frescura, de caricias vegetales y de un olor a feracidad.

Leonardo, cada vez que rememoraba lo sucedido y venían a su mente las dudas que inicialmente tuvo sobre las propuestas de Fernando, terminaba por agradecerle a Dios que no le hubiese permitido desistir, como tantas veces lo pensó. La compensación de poder llevar una vida inimaginable con Dolores y de mejorar la existencia de sus padres, le demostraba que todo había valido la pena. Que mucho más allá del dinero, estaba la paz interior, el placer pleno de vivir, de respirar día  día las esencias de la vida buena, de la vida sin sobresaltos, saturada con el amor  de su mujer. Si bien entendía que lo infinito supera a la razón, la cual tiene el carácter de finita y que no podía entenderse como se pueden entender los objetos, si lo imaginaba, por analogía, asimilándolo a lo que pasaba con su vida, de la cual entendía su impertirbable posibilidad.  

No se había equivocado en cuanto a haber construido su casa cercana al  sitio en que en que estuvo la casucha, ahora remodelada, en que con la ayuda de su otro padre, don Florencio, empezó a transitar el camino de poner su mente y voluntad en aprender la acepción de las palabras que figuran en el Diccionario. Todo, absolutamente todo, había sido recompensado con creces.

Sus padres, doña Mercedes y Jhonny, acostumbraban venir los domingos a compartir un almuerzo, forjándose en cada visita un ambiente plácido, signado por lo que representa sentarse a la mesa tres parejas que vivían a plenitud profundos sentimientos de compenetración, lo que le daba fluidez a cada conversación, centrada siempre en recordar los tiempos idos y en reforzar la validez de lo vigente. En determinadas oportunidades, se quedaban a dormir, aprovechando Leonardo la mañana del día siguiente para ofrecerles, con orgullo, la leche que había obtenido de las ovejas a las cuales ordeñaba con la pericia que había adquirido desde su niñez. Eso satisfacía con plenitud a Demetrio, que junto a María, no dejaban de rezarle al cristo que colocado en la pared de la sala los había acompañado desde siempre, por haberles permitido tener una vida plena, compensada con un hijo ejemplar, pues para nada les importaba el dinero o las comodidades alcanzadas. No hubiera pasado nada anímica ni existencialmente si se hubieran visto en la obligación de  mantener inalterable su vida de siempre. Nunca varió en ellos el criterio, propio de los campesinos de las montañas, de que se debía trabajar día a día y siempre que se fuera capaz de levantar una herramienta, de ordeñar o de hacer queso. Ellos nunca trabajaron para ganar dinero. Trabajaban porque la vida era trabajo y el trabajo era vida, y nunca se podía renunciar a ninguno de los dos. Para ellos el dinero no debía entrometerse  entre el trabajo y la vida, la vida y el trabajo era lo importante. Se sentían atados a la tierra en la que nacieron y querían trabajarla hasta el día de su muerte. La riqueza o comodidades que a lo mejor los incomodaban ahora, les eran indiferentes. Trabajaban para ellos mismos y para producir sus alimentos. El dinero sólo lo apreciaban como una circunstancial posibilidad de tener acceso a artículos indispensables que no podían producir: sal, azúcar, café y algunas dulces. Antes no contaban sino con dos mudas de ropa. La cambiaban más o menos cada cinco años, sin sentir la necesidad de hacerlo en forma constante. Su gran tesoro era vivir en paz y tener una buena muerte. No esperaban morir más pobres ni más ricos de lo que fueron en vida. Y aunque no esperaban que su hijo fuera diferente, llegaron a comprender que su destino fue signado por el supremo y ellos no eran nadie para tratar de cambiarlo.

Procurando lograr cierto equilibrio y convencido de que de alguna manera Dolores debería distraerse fuera del ambiente bucólico y amoroso en que vivía, dado que podría resultarle un tanto monótono a pesar de que siempre manifestó sentirse de maravilla, mensualmente iban a la capital del Estado, visitaban tiendas, librerías y restaurantes y asistían a algún espectáculo, siempre en compañía de Darío y  Beatriz. También, a veces, viajaban hasta la Grita a visitar a Fernando, que al igual que ellos había encontrado a una mujer y  un espacio que le daba plena satisfacción. Bianualmente, con el deseo de que Dolores conociera otras dimensiones físicas y humanas del mundo, programaban un viaje al exterior, a veces en compañía de Darío y Beatriz. Antes del viaje, por lo menos un mes, se sentaba Leonardo con su mujer y estudiaban detenidamente  los pormenores del país que visitarían. Siempre tuvieron la convicción de que debería visitarse uno a la vez, única manera de lograr cierta compenetración con su cultura, su historia y su geografía. Sus padres nunca quisieron acompañarlos. Leonardo entendía perfectamente que para ellos sería una situación incómoda  y hasta desesperante soportar todos los pormenores implicados en cada viaje: maletas, espera en los aeropuertos, controles aduaneros, bullicio, agitación y, sobre todo, el hecho de tener que montarse en un avión. Desde siempre le habían manifestado, desechando invitaciones,  que no se montarían ni a palos.

Religiosamente, con la ayuda de Dolores, Leonardo repasaba el significado de las palabras. Ella tomaba el viejo diccionario de don Florencio, el preferido de los tantos que  tenía, unos 100, siguiendo una pauta acordada. Ella escogía al azar cuatro palabras que empezaran por cada una de las letras del diccionario, es decir, de la A a la Z, se las daba a conocer a Leonardo, éste daba la o las acepciones y después ella hacía la comprobación leyendo lo escrito en el texto. Salvo alguna duda muy esporádica, permanecían las acepciones en su cerebro, sin alteración alguna. Al ir a la capital o a otro país, procuraba revistas de crucigramas de alta dificultad, pues le resultaba más que divertido llenarlos. Su biblioteca crecía a pasos agigantados, en especial por la compra casi compulsiva de novelas de todas las épocas y autores, a las cuales digería con avidez. Cada vez que terminaba de leer alguna, dimensionaba que la suya, la de su vida, podía tener cierto interés. Apreciaba que en cada una de ellas había una parte biográfica del autor confundida con la ficción, es decir, que cada ficción, de alguna manera, era biográfica, como lo había dicho el sabio profesor de largas barbas y que había leído cuando muy joven.

En una oportunidad  Darío se presentó sorpresivamente, como nunca lo había hecho, un miércoles en la tarde. Leonardo estaba en la biblioteca entretenido, ojeando un atlas, pues preparaba su próximo viaje para Egipto y estudiaba los pormenores de apasionante historia de la vida en ese país cuando lo faraones lo dominaban. A Darío lo recibió Dolores que regaba las flores del jardín a la entrada de la casa, acompañando el riego con la entonación de un  sugestivo pasillo colombiano. Desde que se casó, las mariposas también rondaban por sobre su cabeza, conformando una especie de corona de armónicos colores.

▬ Qué mosquito te picó ▬ preguntó Leonardo al ver a su amigo entrar  la biblioteca ▬ Nunca habías venido entre semana. Debe ser algo importante ¿No es así? Te noto incluso un poco agitado. No será nada malo ¿Verdad?

▬ No, no se trata de ninguna noticia mala ▬ aclaró Darío atropellando las palabras ▬  por el contrario, es algo que  considero muy bueno y que podría ser, ya que estás reacio a volver a las presentaciones, el remate de tu carrera, lo que se llama la culminación, la estocada final.

▬ Suéltala de una vez, amigo ▬ exigió Leonardo, a la vez que cerraba el atlas y lo colocaba en el escritorio.

▬ Pues bien, se trata de una invitación del Instituto Tecnológico de Massachusset, una de los más prestigiosos del mundo. Su Rector y aunque no lo creas, es un venezolano, según he sabido dizque químico, el cual, a instancias de muchos profesores de habla hispana que trabajan en ella, accedió a hacerte la invitación.

▬ Pero tú sabes que ya no tengo ánimos para volver a eso ▬ aclaró Leonardo con tono pausado, denotando cansancio ▬. No es que no me gusta ya viajar, no, sino que no quiera hacerlo para volver a lo de antes. Sólo quiero hacerlo como distracción, como forma de conocer, yendo a donde me provoque y cuando me provoque

▬ Está bien, te entiendo. Pero esto es importante, muy importante. Además, aunque sé que eso ya no te importa, la remuneración que ofrecen es más que sustanciosa. Anímate.

▬ Mira Fernando ▬ dijo Leonardo después de respirar profundo como queriendo espantar las dudas ▬. He leído algo acerca de ese instituto y sé del prestigio que tiene, pero, no quiero, y esto es definitivo, volver a las presentaciones. Ya no hay posible retroceso. Perdona, pero estoy satisfecho con mi vida, con mi aislamiento al lado de Dolores y nada de lo pasado me llama ya la atención, lo que no quiere decir que no esté agradecido. Si emprendo algunos viajes es por Dolores, sobretodo porque no quiero que  termine por sentir que vive una vida de aislamiento y tal cosa la afecte de alguna manera, aunque cada día la siento más feliz. Además, si vieras como se mete en los libros antes de los viajes para enterarse todo lo concerniente al país que decidimos conocer en cada oportunidad. Es un entusiasmo desbordante y contagioso. Creo que ya es experta en muchos aspectos de la geografía universal. Nada más de compromisos ▬ dijo en tono definitivo y convincente.

Los años transcurrieron plácidamente, saturando de satisfacción la vida de la pareja, de sus padres, de doña Mercedes, Jhonny y sus amigos. De madrugada, a eso de las cinco, después de aspirar la vitalidad de la naturaleza dibujada en el rosicler, de ordeñar las ovejas y de caminar, cuesta arriba,  durante una hora por la orilla de la quebrada, con el enjambre infaltable de mariposas sobre su cabeza, se encerraba en la casucha con el espíritu de don Florencio a pulir la novela de su vida. Decenas de descendientes de su vieja amiga, la rata,  lo recibían sin preocupación, sin alterarse en lo más mínimo. Además de estar acostumbradas a su presencia, siempre lo esperaban por saber que les ofrecería abundante comida.

Después de cinco años del matrimonio nació Demetrio Junior y a los catorce María Mercedes Dolores, bella como su madre. Fueron creciendo en armonía con los pinos que rodeaban la casa, dándole con su esbeltez  un toque cada vez más paradisíaco a un entorno inigualable. El mismo se convirtió en el gran maestro de sus hijos. Al enseñarles todo lo que era posible en cada etapa de su edad, sentía que había en él algo de don Florencio.

Cuando frisaba los sesenta, le sucedió algo inesperado. En el cotidiano repaso que hacía de las palabras con Dolores, no pudo recordar las cuatro que esta leyó y  que empezaban con Z. No le dio importancia, a lo mejor era una cosa momentánea, propia de la edad, pero a la semana siguiente, tampoco recordó las que empezaban por Y; luego sucedió lo mismo con las que comenzaban con X.

No quiso hacer ningún comentario a pesar de la preocupación manifiesta de Dolores. En las noches, pensando sin descanso en el problema, llegó a la conclusión de que  el olvido, en el sentido ascendente de las palabras del diccionario, le estaba indicando el fin de todo, el término de su tránsito terrestre. El problema siguió semana a semana. Se iban evaporando en su mente las palabras aprendidas. Cuando llegó al olvido de la Ñ, le dio a conocer a Dolores su presunción. Esta, con inteligencia y apreciando lo que sucedía como un mensaje del Supremo, ya había pensado que ese sucesivo olvido era el camino a la muerte de su amado. Le resultaba inadmisible, pero tenía la entereza que le daba la fe de entender que los designios superiores eran inexorables.

Como siempre, precavido, Leonardo preparó todo con minuciosidad. Decidió sobre sus propiedades, sobre la forma en que sus hijos deberían enfrentar la educación, cómo quería ser sepultado y cuándo avisar a sus amigos. Si la presunción era cierta, los llamaría a todos en la semana previa para que lo acompañaran, es decir, cuando llegara el olvido de las que empezaban por B.

Si bien no recordar las palabras era indetenible y seguía un curso caprichoso, le resultaba extraño que no sintiera ningún malestar mental o corporal. Dolores trataba de hacerlo desistir de pensar en que su muerte acaecería de acuerdo a lo que presumía, pero en él había la plena seguridad de que así sería. Con las palabras ▬ repetía ▬ hice mi vida, con su olvido alcanzaré la muerte. Desde muchacho sabía que podría apreciar a plenitud mi extinción.

Llegó la semana en que también olvidó las que empezaban con B. Tal como había dispuesto, todos se reunieron en la biblioteca: sus hijos, Dolores, sus padres, ya muy ancianos, Darío y Beatriz y Fernando y su mujer. En los rostros se hacía manifiesto el dolor. Ninguno lograba aceptar que le fuera tan próxima la muerte a Leonardo, todavía lleno de vitalidad y con la mente llena de  lucidez.

Con voz pausada y segura ▬ después de pensarlo un momento y de mirar con profundidad uno a uno, a los presentes▬ dijo, sin que le temblara la voz:

▬ Hijos míos, querida Dolores, Madre, Padre, amigos, creo que llegó la hora, anunciada por el Creador de una manera íntimamente relacionada con lo que fue mí forma de vida. Estimo que ha querido decirme que desparezco, que  los dejo, dándome plena cuenta de ello, en armonía con la desaparición del don que me dio, con lo que, supongo, me dice de la humildad, de la transitoriedad humana y de que sus designios son irreductibles. Y por supuesto que los aceptamos con base en nuestra fe. Pero, y esto es lo importante ▬ manifestó con voz entrecortada ▬ he vivido a plenitud. Por ello no deben estar tristes. Todo me fue dado, en especial su amor. Algo se me tenía que quitar en vida. Sin embargo, tengo la seguridad de que siempre estaré presente en el recuerdo de ustedes, que rezarán por mí. Por eso no quiero llantos. Quiero que sientan que los he amado hasta donde he podido. Quiero que tengan la certeza de que los muertos viven en el recuerdo de los vivos.

Su ruego fue inútil. Los muchachos rompieron a llorar sin contención, a la vez que lo abrazaban con intensidad, afecto, ternura y viveza. Lo mismo le pasó a Dolores y si bien los otros retuvieron el dolor del momento, lloraban sin consuelo en su interior.

Pasado el momento ▬ con voz ahora segura, sin titubeos ▬ dio a conocer sus deseos.

De mis hijos se encargarán tú, Dolores, Darío y Beatriz. Procurarán que, siempre respetando sus deseos e inclinaciones, lleguen a la Universidad. Para ello deben seguir viviendo con ustedes en la ciudad. En cuanto a ti Dolores, no me queda más que agradecerte por la vida que me has permitido a tu lado. Lo hubiera tenido todo con sólo  haber estado contigo por unos pocos días. Siento la inmensa satisfacción de que nos quisimos como nadie y que nunca llegamos a tener ni la más mínima contradicción. Debes decidir si te quedas aquí o te vas a vivir con tu madre. También existe la alternativa de que mis padres se vengan a vivir contigo. Eso lo tienen que decidir entre ustedes. Eso sí. Nunca saldrán de esta casa. Ella debe ser al final el retiro de Demetrio y María y el lugar donde los nietos sientan la plenitud de la naturaleza en la que fui feliz. La quebrada, los pinos, la tumba mía y del maestro Florencio, así como las protectoras bandadas de mariposas que han gravitado sobre mí, estarán siempre con ustedes.

Quiero que me entierren al lado de don Florencio. Sé que me está esperando con ansiedad en el más allá, tal como yo los esperaré a ustedes. No tengo miedo. La muerte es parte de la vida, es un final desde el cual empezamos un camino de mayor luz, el de la eternidad. No tengo deudas con nadie, no le hecho mal a nadie, no he humillado a nadie, he formado una familia en el amor. Creo que eso me asegura un puesto en el más allá. He tenido temor de Dios, entendido como temor el que nace de amarlo y poder perder ese amor.

Pasó el olvido de las acepciones de las palabras que empezaban por B. Entonces, el próximo miércoles, como era la costumbre, Dolores tomaría el diccionario y le preguntaría por la acepción de cuatro  palabras que empezaban por A. Estaba seguro de que al no responder la cuarta, moriría plácidamente en su butaca de la biblioteca. Menos mal que todos los pormenores sobre su muerte y su sepelio, a pesar del dolor que causaron, fueron cubiertos con exactitud, por la siempre minuciosa Beatriz. El sacerdote esperaría en la sala de  la casa. La tumba, al lado de la de don Florencio, ya estaba abierta.

Llegó el temido y presentido miércoles. Todos estaban en el recibo, esperando los acontecimientos. Bien trajeado, Leonardo salió de su habitación y se dirigió a la biblioteca. Allí, tal como lo había dispuesto, estaba Dolores con el diccionario de don Florencio en la mano. Esta no podía contener las lágrimas.

▬ No llores, te lo ruego. Todo está decidido. Hemos tenido una vida buena, alegre, honesta, llena de amor, y eso es lo que importa. Empieza y terminemos de una vez.

Dolores abrió el diccionario y convencida de lo inevitable, abrió el diccionario en  las primeras páginas, en donde estaban las palabras que empezaban por A. Las lágrimas empaparon las páginas que iba abriendo. Creyó ver en ellas la cara de un anciano de larga bárba que le sonreía con cariño

▬ Dolores, por favor, no tardemos más, dime las palabras de una vez por todas. No prolonguemos lo inevitable. Que este momento no se te haga más doloroso a ti y a los demás. Repito, es lo decidido por la inexorabilidad. Tú sabes que yo sólo he olvidado las palabras, pues todo lo demás lo recuerdo perfectamente, lo que quiere decir que no estaba equivocado.

Dolores, todavía con la esperanza de que Leonardo pudiera evitar la muerte si le leía palabras muy conocidas, de uso cotidiano,  con voz insegura, leyó:

− Acercar.

− No recuerdo.

− Apurar.

− No reeeecuerdo.

− Aplastar.

− Nooo reeeecueeerdo.

− Adorar.

− Noooo reeeeecueeeerdo…no reeeecuerdooo  naaaada.

Millones de mariposas se veían a través de las ventanas. Las ovejas balaban en un solo sostenido, saturando los espacios. La quebrada, de pronto, redujo su caudal. Un águila se posó sobre la tumba de Florencio. De su sepultura emanó un olor sugestivo a más allá, que penetró hasta el interior de la casa. De la casucha salió un chillido agudo que duró unos minutos. Las ratas se despedían, con un lloro colectivo…La espesa neblina cubrió, como nunca antes, poco a poco, toda la pradera…La analepsis fue, entonces, un suave suspiro colectivo.

“Una bella muerte llena  toda una vida de honor (Honesta mors turpi tita potior)” (Tácito).

FIN

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