Por : Dr. Eleazar Ontiveros Paolini
CAPÍTULO XIII
▬ ¿Darío Ramones?
▬ Sí, a la orden ¿Quién llama?
▬ Carajo, amigo, ya no conoces mi voz. Soy Leonardo ¿Cómo está todo?
▬ De lo mejor ▬ contestó Darío entusiasmado al oír la voz de su amigo ▬. Tenías mucho tiempo que no llamabas. He sabido que has venido al Táchira algunas veces, pero has pasado derecho para Betania. Eso me ha resultado desagradable. Pero lo entiendo, el amor es lo primero y a ti como que te ha pegado fuerte. Y te felicito, creo sin temor a equivocarme que te has encontrado la mejor mujer del mundo. Bonita, diligente, delicada, amable, enamorada y pare de contar. A eso se suma la belleza de tu suegra. Es una señora excepcional, con un trato especial. He pensado como fue que no se casó nunca y de paso ▬ dijo con jocosidad ▬ no se le ha conocido ningún resbalón. Ella desmiente todo aquello que se dice de las suegras, cuando las consideran como ogros insoportables.
▬ Gracias por endulzarme los oídos, Diego. Por eso mismo, por mi afán de venirme en forma definitiva después de casarme, es por lo que quiero hablar contigo con detenimiento. Deseo saber si la casa ya está terminada. Recuerda, y no me salgas con curvas, que prometiste que más o menos para esta fecha estarías dándole los últimos detalles. En cada viaje he constatado que su construcción ha avanzado a pasos agigantados e iniciado la remodelación de la casa de la suegra y la de mis padres. Claro que ya tengo ocho meses de perdido por esos caminos de Dios, los que tengo que recorrer para cumplir los compromisos contraídos.
▬ No te preocupes. Te tengo magníficas noticias. La casa está prácticamente terminada y en verdad, no es porque yo haya sido el constructor, es una belleza. Agradécele mucho a la arquitecta que trabaja conmigo. Se ha construido en un todo de acuerdo a los espacios que tú consideraste se deberían incluir y discutiste con ella. También, y eso ha sido una maravilla, se han sembrado más de cien pinos alrededor, en círculos, lo que creará un ambiente inigualable. Me dicen que en cinco años tendrán ya una buena envergadura. Antes, en tu última visita, sólo viste el armazón de la casa. Quedan detalles memores, que terminaremos a más tardar en tres semanas. Sabes ▬ enfatizó Darío ▬ la quebrada, tal como lo planificamos, pasa por debajo del comedor cuyo piso es de un material transparente de gran resistencia, al igual que por debajo de la habitación principal. Eso lo he hecho por primera vez y tuve que averiguar cómo hacerlo, pues no tenía ni idea. Es un toque inigualable. Algo que acentúa lo bucólico del lugar. Fue una gran ocurrencia tuya; muy original. Creo que pensabas en potenciar un ambiente de susurro musical en el cual hacer los muchachos que sé que serán varios ▬ dijo en tono burlón ▬. Manteniendo sus espacios y distribución, arreglamos la casucha y la convertimos en una sala para una biblioteca alterna. Desgraciadamente ▬ aclaró sonriendo con picardía ▬ no nos fue posible saber más de tu querida rata a pesar de que desde que iniciamos la construcción, le colocábamos comida. Ah, en cuanto a la pintura, ella dice que el espacio en que está permite pensar en un exterior todo blanco, lo que no quiere decir que en el interior no se haga un juego interesante de tonos. Ella sabe de eso y hay que confiar. Ninguno de nuestros clientes se ha arrepentido de haber acogido sus sugerencias.
▬ Bueno, amigo. Creo que estás hablando de más. Vamos a precisar algo ¿Qué de la casa de mis padres? ¿Qué de la casa de la suegra?
▬ Vaya, amigo, te noto muy ansioso. Pero deja de preocuparte. En estos ocho meses que sé que has estado viajando, remodelamos la de tu suegra. Quedó bella, como una tacita de plata. Tu suegra está encantada de lo que hicimos. A lo mejor, cuando la veas, vas a preferir vivir en ella y no en la tuya. Se parece a una casita de esas que se ven en la televisión en los cuentos de hadas. En cuanto a la de tus padres, se pusieron en un principio muy duros. No querían que les modificáramos nada. Hasta que accedieron, siempre y cuando los espacios se mantuvieran tal como estaban. Bueno, se remodeló muy bien. Quedó muy segura y con techo y paredes de primera. La lluvia ya no se colará por ninguna parte. Aceptaron la cocina de gas y le colocamos muy buenos muebles en la sala y en su cuarto. Remodelamos y ampliamos, haciéndola más práctica y cómoda, la pesebrera de las ovejas. Tuve especial interés en hacer un bello nicho para el Cristo de la sala. Fue lo que más le agradó doña María. Los convencí de hacer una especie de inauguración. Aceparon. Vino el señor cura, los músicos del pueblo, algunos compadres y amigos, Dolores y su mamá. Se despacharon varias botellas de ron y dos ovejas.
▬ Qué bien, compañero ▬ dijo Leonardo emocionado ▬. Todo estaba resultando como lo había planificado. Sus esfuerzos, sus desvelos, los interminables viajes y soportar momentos desagradables, estaban siendo compensados con creces. Ya los viajecitos lo tenían hasta la coronilla. Haría unos más, ya comprometido y se acabó. Era conocido en el mundo y tenía dinero de sobra. La vida que quería era de plena quietud al lado de su mujer y sus futuros hijos. Cualquier otra oferta la discutiría con Dolores y si se aceptaba, viajaría con ella.
▬ Mira, Darío. Hagamos lo siguiente. Voy ya para tu oficina. Quiero ver las fotografías que has tomado de todo el proceso, desde el levantamiento topográfico. Muchas de ellas las conozco, pero quiero hacer un repaso municiono y de manera integral.
▬ Tengo una espectaculares que te van a hacer llorar ▬ aseguró Darío con sorna ▬. Están también las de la casa de tu suegra y la de tus padres, ya terminadas. En algunas de ellas aparece Dolores, más bonita que nunca, parada en el frente. Seguro que al verlas me darás un beso de recompensa. Ella está eufórica y se le nota como si anduviera en un mundo nimbado.
▬ Tú no cambias, no dejas ni para orinar la mamadera de gallo. Bueno, ya veremos las fotos, en el entendido de que me quedaré con todas. Y deja lo que estás haciendo, pues desde tu oficina iremos a almorzar a un buen restaurante y después, sin que haya excusas, de ninguna naturaleza, me acompañaras a Betania. Estoy contento como un carajito, pues quiero entregar los regalos que traje y ver a Dolores. Entiende, amigo, son ocho meses, y eso es mucho tiempo, lejos de lo que más quiero. Ah, no se te olvide que hemos de llevar tu cámara para tomarnos nuevas fotos. Si quieres, convida a la arquitecto, que sé que te mueve el piso. En la casa de la suegra hay, si recuerdas, cuatro habitaciones.
▬ Mira ▬ preguntó Darío ▬ y dónde carajo está metido Fernando, tu carnal Marcelo.
▬ Del aeropuerto vino conmigo hasta San Cristóbal en un taxi, me dejó en el hotel y siguió para la Grita, a pasar unos días con su familia. Al parecer está enredado con una maestra que trabajó con él en el grupo escolar y, según me ha dicho, también piensa casarse pronto. Bueno, él se merece lo mejor y tiene los recursos necesarios para forjar su futuro sin apremios. Sin su incondicionalidad nada hubiera sido posible. Siempre le estaré agradecido y lo querré como a un hermano mayor.
Leonardo, después de sufrir unas dos largas y fastidiosas colas, llegó al edificio San Rafael, ubicado a dos cuadras de la Plaza Bolívar, en donde Darío tenía su oficina, en el quinto piso. Apuraría todo para irse sin más a Betania.
La puerta del apartamento 5-5 estaba abierta. Entró. En las sala reconoció a Beatriz Pérez, la hermosa arquitecto que había hecho el diseño de su casa y que estaba ensimismada sobre la mesa de diseño, a Gilberto Altuve, ingeniero que había hecho los cálculos y al economista Rafael Dugarte, experto en la delicada labor de elaborar de presupuestos. Saludó a todos. Darío salió de su oficina y lo abrazo. Eran buenos amigos. Siempre que se sentaban a comer o a tomarse unos tragos, recordaban su encuentro en el vuelo en que se conocieron, cuando venían de Madrid a Caracas.
▬ Pasemos a la oficina ▬ invitó Darío ▬, ya tengo preparadas las fotografías en el escritorio. Te las preparé en tres álbumes: en uno de las de tu casa, en otro de la de tu suegra y en otro la de tus padres.
Sin pensarlo dos veces, Leonardo empezó a ver las fotos con avidez. Era notorio que en las que aparecía Dolores, se detenía más tiempo. Darío las miraba por sobre los hombros, sin dejar de reír, viendo la cara de asentimiento de Leonardo al detallar cada foto y sus pormenores.
Al terminar de verlas, Leonardo se paró y se dirigió a la desordenada sala con los álbumes bajo el brazo. Darío lo siguió, pero antes de hacerlo sacó del escritorio una botella de whisky y de una pequeña nevera cinco vasos, hielo y agua. Estaba dispuesto a brindar.
La arquitecto, el ingeniero y el economista dejaron su trabajo y junto a los dos amigos, se sentaron a compartir. La Conversación fue amena y versó sobre los pormenores de las construcciones y en algo, pues no era muy propenso a dar detalles, del último viaje Leonardo, hecho por Sur América durante ocho meses. Lo que si les dio a conocer fue que con un promedio agotador de diez presentaciones por país, realizadas en academias, universidades y televisoras, y en diferentes ciudades en cada uno de ellas, logró una cobertura satisfactoria: Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay y Argentina. Destacó la extraordinaria atención de que fue objeto junto a Fernando en cada sitio, pues invariablemente les demostraron amabilidad y simpatía.
▬ Te felicito ▬ dijo la Arquitecto con manifiesta coquetería a la vez que encendía un cigarrillo ▬ – y me imagino que rompiste el corazón de muchas muchachas, es decir, que también tienes record internacional de corazones destruidos.
Todos rieron de la ocurrencia. Traducía una alegría compartida a plenitud.
▬ Quiero hacer una pregunta que me está rondando la cabeza ▬ intervino el economista Dugarte ▬ ¿En toda esa gira no te pelaste ni una sola vez. O sea, no hubo ni una sola equivocación? ¿Todo fue perfecto?
▬ Bueno ▬ respondió Leonardo, sopesando lo que iba a decir ▬ sólo dejé de dar la acepción de una palabra en el Teatro Colón de Buenos Aires. Creo que el más bello del mundo. Eso no se me olvida porque por tal percance, rompí lo establecido, pero sin problema, pues esa ruptura, se convirtió en un hecho que fue aplaudido a rabiar. La cosa fue así ▬ dijo tomando aliento a la vez que se servía otro whisky ▬ el programa fue largo. Por primera vez enfrentaba el compromiso de dar la acepción de curenta palabras, lo que resultó agotador. Sucedió que de la décima quinta palabra, me acuerdo, Tabí, no recordé la acepción en el momento y como era lo establecido, la pospuse para el final. Sin embargo, al terminar la última de las palabras seleccionados por el jurado, al solicitárseme de nuevo el significado de Tabí, no pude recordarlo a pesar de que hice un esfuerzo inusitado. Pero, y aquí viene lo bueno ▬ remarcó sonriendo ▬ cuando terminé de bajar del escenario y ya los aplausos habían terminado, como un ramalazo se me vino a la menoría la bendita acepción. Era: Tela antigua de seda. Entonces, obedeciendo a un impulso incontrolable, subí por la escalera a toda velocidad al escenario, tomé el micrófono y dije: Señores, amigos todos, por favor escúchenme, ya tengo la acepción de la palabra que pospuse. Es: Tela antigua de seda. El jurado que la seleccionó puede decir si es acertada o no. Uno de los aludidos se acercó al micrófono y afirmó que la acepción era la cierta. Bueno. El teatro se cayó. Yo sé que algunos pueden haber pensado que se trató de algo premeditado, preparado. Pero no, no hubo ninguna triquiñuela pensada con anterioridad, pues eso no va conmigo. Fue cosa de un momento.
Todos aplaudieron. Era en verdad un episodio digno de admiración, como resultan todas las cosas buenas e inesperadas.
▬ Bueno, amigos ▬ aseguró Leonardo a la vez que se paraba de su silla y tomaba los álbumes ▬. Ya hemos hablado más de la cuenta, es hora de irnos para Betania.
▬ En marcha ▬ dijo Darío ▬ que el hombre está ansioso y todos sabemos porque. Vayan reuniendo para el regalo de bodas. No salgan con cualquier baratija. Gasten la plata que para eso les pago muy bien.
Todos rieron una vez más de las siempre jocosas ocurrencias del jefe.
La arquitecto se decidió por acompañarlos, siempre y cuando pudiera regresar en dos días. Darío no ocultó para nada su satisfacción. Era verdad lo dicho por Leonardo, le gustaba como ninguna mujer antes. Y era que además de ser su socia en el negocio, era bella, alta, de pelo amarillo que descansaba sobre la espalda, ojos amplios, verdes, una nariz perfilada un tanto pronunciada que le daba un tono especial, un cuerpo esbelto envuelto en una piel muy blanca; era alegre, hacendosa y de una inteligencia superior. Sus padres eran peruanos que habían venido al país treinta años antes y manejaban una imprenta de mucho prestigio.
A Leonardo el viaje se le hizo muy largo, demasiado largo si lo comparaba con los cientos que había hecho antes. Pero todo lo compensaba pensar en un nuevo encuentro con Dolores y sus padres. Pasaron Rubio a eso del mediodía y llegaron a Delicias, donde decidieron tomar un refrigerio. Siguieron por la carretera que bordea el río Táchira para llegar a Villa Páez y después de una media hora, las primeras casas de Betania fueron avistadas. Hacía un clima delicioso. Se notaba que no hacía mucho había llovido y por ello los verdes del campo adquirían un esplendor caleidoscópico que hubiera vuelto locos a pintores impresionistas. Por cierto que durante sus viajes se había hecho de muchos cuadros de pintores famosos. Los había ido trayendo a la casa de Dolores y guardado en uno de los cuartos, muy bien embalados. Los consideraba un tesoro. Se había aficionado desde el día en que visitó el Museo del Prado, en su primer viaje a Madrid. Esos pintores en su arte eran tan excepcionales, como él con su capacidad memorística. Cuando no pudo obtener originales, optó por copias de calidad.
Llegaron a la plaza. Como siempre, el trepidar de los vallenatos llegó a ellos desde el billar. Los borrachitos acostados en la plaza habían aumentado. Vieron a cinco, dos en la acera y tres en la grama. El policía, Amenodoro Pinzón, estaba más gordo y como siempre, indiferente, masticaba su bola de chimó. La iglesia emergía siempre como signo divino por sobre todas las casas de la plaza y del resto del pueblo. Leonardo notó que sus paredes estaban un poco manchadas y pensó que le daría al cura el dinero para pintarlas, pues no quería que estuvieran sucias el día de su matrimonio. Darío, ya conocedor de todo en el pueblo, se paró en la calle de la derecha, frente al camino que llevaba al puente sobre la quebrada y de inmediato, al pasarlo, a la casa de Dolores.
Leonardo se bajó apresurado, olvidándose de cerrar la puerta. No caminaba sino corría. Darío y la Arquitecto lo siguieron a paso lento, a la vez que reían complacidos. Cuando llegaron al puente, ya Leonardo estaba en el jardín de la casa besando con pasión a Dolores, como queriendo recuperar el tiempo que había dejado de verla. Doña Mercedes, parada en el vano de la puerta, los miraba conmovida. Estaba segura de que su hija iba a ser feliz y tendría, a diferencia de lo que le pasó a ella, hijos con un marido que siempre la acompañaría y protegería. El perro pasó raudo cerca de las piernas de doña Mercedes y se acercó a la pareja, dándole golpes con su pié a la pierna de Leonardo. Éste lo acarició en la cabeza. El rojo y el morado de las trinitarias que copaban el jardín, parecían emanar rayos de luz, en mágica sucesión caleidoscópica. Su amigo construyó, como detalle sobresaliente, dos pequeñas fuentes, cada una en la mitad de los lados del jardín. Después de ese primer momento lleno del sabor pleno de la vida, Leonardo se quedó mirando embobado la casa. No había exagerado Darío. Era en verdad una casa de muñecas, con paredes de color pastel, un techo de teja roja, un portón tallado, unas ventanas de madera que se abrían al exterior y un interior lleno de armonía, sin que ningún detalle hubiera dejado de precisarse, dándole a los espacios equilibrio arquitectónico y cromático.
Leonardo abrazó a su suegra con cariño manifiesto. Como siempre que venía y lo hacía, ella no pudo contener las lágrimas. Y no era para menos. Lo que le estaba sucediendo a ella y a su hija no podía ser obra sino de la Virgen del Carmen, la patrona del pueblo y a la cual rendía tributo todos los santos días, llevándole flores silvestres.
Esperaron a Darío y a Beatriz. Estos entraron a la casa como si fuera la propia. Ya Mercedes se había ido a la cocina a preparar el consabido café. En la sala destacaba un hermoso juego de muebles de madera tallada con cojinetes rosados, centrado por una mesa de caoba prolijamente tallada. Sobre la mesa una foto de Leonardo y Dolores tomada años atrás en el puente, teniendo como fondo los tupidos pomarrosas. Las paredes estaban pintadas por diversos colores, todos con tono pastel, dando la sensación de paz. Al lado derecho de la sala una chimenea revestida cobre repujado, cuyo cañón salía verticalmente por el techo en dirección a los eucaliptos que sombreaban en parte el tejado. Desde la sala se proyectaba, al lado de la puerta que daba la moderna cocina, una escalera empinada, de unos doce escalones que llevaba a los dormitorios, nichos ahora acogedores, con ventana al exterior, camas amplias con respaldo de madera tallada con arabescos, bella sala sanitaria y al lado de la cama un cómodo vestier.
Por unos minutos nadie habló. Parecía que el momento se detenía sin querer moverse. Leonardo, sentado en el sofá con los brazos por sobre los hombros de Dolores, rompió a fin el seductor silencio de instante y optó por preguntar a qué hora subirían a la casa de sus padres y a la suya. Aclaró que quería ver lo más pronto posible lo que ya se consideraba como definitivo. Doña Mercedes, a la vez que servía el café, afectado una dulce voz de mando, dijo que sería después del almuerzo, pues iba a prepararles unos espaguetis a la carbonara y unas pechugas de pollo rellenas de jamón, que le quedaban muy bien. A la vez que hizo el ofrecimiento, se paró y decidida se dirigió a la cocina, regresando con una botella de vino y cinco copas. Era hora de brindar ▬ afirmó ▬. Después del brindis se dedicaría a hacer el almuerzo prometido.
Nadie dijo nada. Leonardo resignado a no subir de inmediato pues no podía hacerle un desaire a doña Mercedes, optó por abrir una conversación sobre los pormenores de su casa y la de sus padres. La arquitecto se encargó de dar una explicación más que pormenorizada. Después de hablar una media hora sobre los detalles de la obra, Leonardo se paró con la copa de vino en la mano y respirando profundo, les dijo:
▬ Voy a darles una noticia, que espero les agrade. Tengo un compromiso en Nueva York dentro de quince días, pero antes uno en Los Ángeles en lo que será un reto nuevo, pues todo se basará en traducciones. Les manifiesto que al regresar, el 20 de junio como lo ha planificado Fernando, y de no haber ningún impedimento por parte de Dolores o de su mamá, la boda la realizaremos el domino siguiente, es decir, el 23.
Dolores y la doña se quedaron de una sola pieza. La emoción que las embargó no era para menos. La muchacha no pudo evitar echar a llorar a la vez que abrazaba y besaba a Leonardo. Era lo que en años había esperado. Doña Mercedes, en señal de asentimiento se acercó a ellos y los abrazó con ternura. De inmediato, Leonardo sacó del bolsillo de su chaqueta dos cajas de regalo. Las abrió. Eran dos cadenas idénticas de oro, con un hermoso Cristo en relieve. Se la colocó primero a doña Mercedes y luego a Dolores. Acentuando las palabras dijo que también las dos que les había traído a sus padres eran iguales, porque a todos los quería por igual.
Beatriz y Darío, conmovidos, lo único que acertaron a hacer fue aplaudir por un buen rato. Siguieron brindando; ahora había un gran motivo para hacerlo.
Almorzaron con buen apetito. Los espaguetis y las pechugas estaban de rechupete, mejor que en cualquier restaurante de calidad. Después del infaltable postre de lechosa, típico en la región, tomaron café y decidieron de inmediato emprender el viaje cuesta arriba.
Ahora no había problema para ir hasta la casa de sus padres y a la de Leonardo, pues como se había planificado, se asfaltó el camino, que aunque de una sola vía, solventaba el gran problema de transitar entre el barro y las piedras.
Doña Mercedes creyó conveniente no ir con ellos. Ya conocía las construcciones y además, quería preparar la mejor cena posible y ordenar el dormitorio para Leonardo y sus amigos.
Avistaron ansiosos la casa de los padres de Leonardo. Su blancura contrastaba con el entorno. Leonardo no dijo nada. Pensó que Fernando había tenido siempre razón, y que aquello que estaba viviendo, como si flotara en un espacio nimbado e ingrávido, fue posible por haber dejado de lado sus dudas en cuanto a emprender sus interminables y productivos viajes.
Al oír que venía un vehículo, Demetrio y doña María salieron de la casa y supusieron que se trataba de un viaje más del ingeniero Darío y la arquitecto, pero al ver que del mismo se bajaba primero Dolores y después su hijo, corrieron a abrazarlo. Doña María, antes sometida al yugo de vestir siempre el mismo vestido, decolorado por los cientos de lavadas, lucía uno de color blanco, con bordados en el pecho, que le quedaba de maravilla. Supo que todo era obra de la diligente Beatriz. Demetrio, antes vestido con un pobre pantalón de kaki, que se le había hecho eterno, lucía un moderno jean, una gruesa correa de cuero, una camisa de cuadros multicolores y unas relucientes botas de cuero, amén de un sombrero negro de los llamados borsalinos.
El encuentro fue una fiesta. Leonardo detalló la casa, quedando satisfecho. Los espacios eran reconocibles, se habían respetado en su totalidad, pero, por supuesto, remodelados en cuanto a su estructura. Ahora se veía una casa sólida, capaz como no sucedía antes, de resguardar con propiedad del frío y el viento. Entraron, doña María que se había encariñado profundamente con Dolores, la tomó de la mano. Demetrio pasó, orgulloso, el brazo por el hombro de su hijo. Con disimulo, Darío, a lo mejor incentivado por tantas muestras de cariño, se hizo de la mano de Beatriz. Esta aceptó la caricia. Desde ese momento sellaron su destino.
El interior de la casa era adecuado, buenos muebles, buena luz proveniente de una planta, piso de cerámica, cocina moderna de gas, y una habitación acogedora. Las ventanas, con puertas de gruesa madera, podían cerrar muy bien el espacio, protegiendo del viento y el frío.
Leonardo, besando una vez más a su mamá, se quedó un momento ensimismado contemplando el crucifijo de talla burda que conoció desde niño y al cual le había rezado todos los días que vivió con sus padres. Ahora estaba colocado en el mismo sitio pero dentro de un muy bien logrado nicho, y con la consabida vela encendida frente a él. Devotamente se persignó. Todos lo imitaron. Después del café, Demetrio y su padre fueron a ver la pesebrera para las ovejas. Ahora era un galpón moderno con comederos regulados. Darío había conseguido unas cabras africanas de gran tamaño que con ubres inmensas daban más leche que las pequeñas ovejas de la región. Sin embargo, nunca pesó en prescindir de éstas. Las consideraba parte de su vida. Tampoco quiso que se instalara un ordeñador automático. Quería seguir con la rutina de pararse cada mañana a ordeñar, como lo había hecho toda la vida y continuar haciendo queso que ahora vendía a muy bajo precio, casi regalado, a la gente pobre de Betania, que incluso subía a buscarlo, recorriendo a pie el camino.
Abordaron de nuevo el carro un tanto apretados. Adelante iba Darío manejado, en el centro Dolores y en la puerta Leonardo. Atrás, Beatriz, Demetrio y doña María. Llegar a la casa de Leonardo, lo que implicaba subir, aunque la pendiente no era del todo pronunciada, unos 45 minutos.
Al aproximarse, la visión de la casa dejó a Leonardo pasmado. Era más bella de lo que se había imaginado y visto en las fotos. Al acercarse, detuvo su mirada sobre la casucha, ahora con la misma disposición, pero reconstruida en su totalidad. Quedaba a unos 30 metros de la puerta de la casa. Darío había hecho un pequeño camino de piedra. El enjambre de mariposas, a parecidas de la nada, como por arte de magia, revoleteó sobre la cabeza de Leonardo, lo que ya no causaba ningún asombro.
Leonardo detalló el exterior. Comprobó que lo decidido por Beatriz respecto al color había sido acertado. Entraron. Sobre la plataforma de vidrio transparente del piso del comedor, se quedó mirando la quebrada que no había variado en su cauce y cristalinidad. Luego detalló la biblioteca. Un espacio amplio cuyas paredes estaban revestidas de madera, con un bello escritorio en el centro y dos butacones extensible para la lectura. Con fijeza miró el sector destinado a los diccionarios que durante tiempo le habían regalado. Obedeciendo a un impulso repentino, buscó el que había utilizado con don Florencio. Después de ojearlo, lo besó. Abrió al azar una de sus páginas. Fue la 440. Leyó: Chúcaro. Pensó uno segundos y como siempre recordó la acepción: Se dice principalmente del ganado vacuno y del caballar y del mular que no ha sido desbravado… Si poder evitarlo se le vino a la memoria la imagen del profesor Florencio. Él había iniciado todo aquello. A él le debía el haber logrado su éxito.
▬ Mira Darío, no sé qué decir. Es mucho más de lo que yo esperaba. Sé que en tus desvelos ha privado nuestra amistad. Esto es un paraíso. Llena a plenitud mis expectativas y representa el espacio con que siempre soñé. Mi retiro será placentero, gracias a tu esfuerzo y el de Beatriz. No sé cómo pagarles lo que han hecho. Puedo definir lo que espero diciendo que en este santuario bendito oiré día a día la eufonía del silencio de Dios.
▬ No te preocupes ▬ dijo distendido Darío ▬ ya me pagaste todo. No me debes ni un centavo… Pero, hablando en serio, es verdad que puse todo mi empeño, al igual que Beatriz. Y es que consideramos que tú y los tuyos merecen todo esto.
Por insinuación de Leonardo, fueron hasta la tumba de don Florencio. Ahora era de mármol, con una placa en la que Darío había mandado a imprimir un epitafio que rezaba: Aquí descansa un gran hombre, Don Florencio, maestro de Leonardo Prado. Dios lo tenga en su gloria. Esto último lo agregó doña María, convencida de que todo hubiera sido imposible si el querido maestro, por la gracia de Dios, no hubiera aparecido por aquellos montes del Señor. Como Leonardo había hecho tantas veces, conmovido, se apresuró a recoger pequeñas flores del entorno, hizo un ramo y lo colocó con devoción sobre la tumba. Se arrodilló y rezó a viva voz un Padrenuestro, entrecortada la voz por el llanto. Respetuosamente los demás lo acompañaron.
Después de ver el resto de la casa y volver a apreciar la quebrada que pasaba por debajo del piso transparente de su habitación, Leonardo insinuó que fueran a la casucha. De pronto, el enjambre de mariposas multicolores que revoloteaban por sobre su cabeza aumento hasta un número nunca visto. Entró y para su sorpresa, como si lo estuviera esperando, vio unos cinco ratones que lo miraban con fijeza, sin inmutarse. Leonardo se acercó y ninguno se movió. Los acarició y ellos lo dejaron hacerlo. Recordó a la que durante mucho tiempo había sido su compañera. Todos se quedaron admirados de lo que veían, era algo extraordinario. Con seguridad eran bisnietos o tataranietos de la rata amiga de Leonardo.
La casucha tenía la misma distribución. Y tal como lo había dispuesto, se mantenía la cocina igual y los jergones en los cuales durmieron él, don Florencio y Fernando.
Luego recorrieron la siembra de pinos que de manera perfectamente ordenada rodeaban en cinco círculos la casa. Todavía estaban muy pequeños, pero era imaginable como seria aquello cuando adquieran cierta envergadura.
Darío explicó con detalle lo concerniente a la planta eléctrica y la forma de utilizarla. A la vez, explicó que había desviado desde mucho más arriba la quebrada para lograr un acueducto exclusivo que llegaba la casa a un gran depósito. El inicio de la derivación tenía una compuerta que debería cerrarse cuando el tanque estuviera lleno. La altura del agua en el mismo se medía utilizando una regla que llegaba al fondo y graduada en función de la altura del agua. Quería decir que uno de los grandes logros era haber construido a cierta distancia los indispensable pozos sépticos, ya que el sistema desplazaba haya ellos muy lejos las aguas servidas, previamente tratadas en un tanque intermedio.
Satisfechos regresaron a la casa de los padres de Leonardo. Después de bajarse y tomar un café, se despidieron de Demetrio y doña María. Esta no cabía de gozo al saber del anuncio del matrimonio de su hijo con Dolores. Lo había deseado con vehemencia. Quería a la muchacha más que a una hija y en ella veía la cara de sus futuros nietos,
Llegaron Betania a eso de las cinco de la tarde. Visitaron al sacerdote y con este definieron los pormenores de la boda. Leonardo le emitió un cheque para que procediera a pintar la iglesia. Luego fueron a la pensión de doña Cornelia y después a la casa a don Pancho Ramírez. En casa de este se vieron obligados a apurar una botella de whisky. Les resultó obligante al recordar los 10.000 bolívares que le había dado a Leonardo y que resultaron indispensables para emprender el camino. En la pensión fue inevitable encontrarse con Ana, la recepcionista, que lo miró insinuante a la vez que le estampaba un sonoro beso en la mejilla, como recordándole lo que había sucedido entre ellos. Por lo menos sintió alivio al bochorno del momento, al constatar que Dolores no había visto nada, entretenida hablando con Doña Cornelia, que en ese momento se empinaba con fruición una cerveza.Durmieron plácidamente en la casa de Dolores. Darío y Beatriz regresarían a San Cristóbal en la mañana. Leonardo se quedaría dos días más, pues debía, al cabo de ellos, encontrarse con Fernando en la capital del estado y planificar de inmediato el viaje a los Estados Unidos. Iría hasta Delicias en un jeep de los que hacían el transporte y allí contrataría un taxi para ir a la capital del estado.