Por: Dr. Eleazar Ontiveros Paolini

Sexta entrega semanal por capítulo de la novela Muriendo desde la Z.

CAPITULO VI

PROGRESANDO

El maestro Florencio era impactado día a día por el asombro que le causaba los rápidos y sólidos progresos alcanzados por su pupilo en tan sólo en un año. Comprobó que ya sabía todo todo respecto a las partes de la oración. Notaba, con algo de preocupación, que al muchacho mucho más que el texto, el argumento o la descripción de lo que leía, le interesaban las palabras nuevas que encontraba en sus innumerables lecturas. A medida que iban apareciendo, las buscaba con afán en el diccionario o le preguntaba a él su significado, lo que consideraba una forma acertada de leer, pues siempre había insistido a sus alumnos que si en los párrafos que se leían se presentaba alguna palabra no conocida y no había preocupación por averiguar su acepción, era muy difícil entender a cabalidad lo escrito.

En uno de los tantos ratos de en qué conversaban sobre generalidades, entusiasmado, a la vez que encendía su tabaco, le dijo a Leonardo que sin que se diera cuenta,  venía contando y anotando los títulos de los  libros que había leído en el año, que llegaban a  la considerable suma de 70  y que extrajeron de ellos  más de 2.000 palabras nuevas, cuyo significado logró memorizar. Eso, por Dios, no es nada común ▬ le aseguró encarnando las cejas, a la vez que expelía con fuerza el humo del tabaco ▬ , debes entenderlo como algo extraordinario, imposible de explicar. Le aseguró que un día se envalentonaría e iría a la universidad a consultar a los especialistas, psicólogos, neurólogos y lingüistas, para que le dijeran algo convincente sobre la razón de tal prodigio.  También, con reiteración, le preguntaba a Leonardo cómo explicaba él de lo que era capaz y cuál era su opinión  en cuanto a  ir  algún día a la universidad y enfrentar  los interrogatorios a que sería sometido.

Leonardo, siempre amable y respetuoso con su maestro, en cada oportunidad en que le hacía las mismas  preguntas, a la vez que miraba con asombro cómo se mantenía la ceniza del tabaco que fumaba sin caerse, le recordaba que ya habían tratado el tema muchas veces. Terminaba siempre por ratificarle que lo único que le importaba era el hecho de cada día se divertía más con memorizar el significad de las palabras; que era un goce único, al que lo impulsaba un algo desconocido, que le daba mayor satisfacción que aprender el contenido del texto, aunque ponderaba la importancia del mismo en su formación.  

Una noche, en que pretendían neutralizar el frío con un café bien caliente y con una conversación fluía diáfana,  Leonardo le pidió al profesor que  le diera anuencia, que le permitiera dedicarse la mayoría del tiempo, sin dejar de leer,  a revisar el diccionario y aprender tantas palabras como le fuera posible. De igual amanera, le aclaró con un dejo de picardía, esperando una de las acostumbradas reacciones emocionales del profesor cuando suponía que no era comprendido, que para nada le interesaba la opinión de los especialistas, pues de ninguna manera iban a aumentar sus capacidades ni a variar su forma de ser. Le insinuó que podría ir comprobando sus progresos cómo lo creyera conveniente y eso era más que suficiente. Le recordó que ya en muchas oportunidades le había manifestado no tener interés en saber lo que determinaba su capacidad memorística, enfatizando que lo que pasaba pasaba y no era nada malo. Lo que hago, ▬ reafirmaba con seguridad ▬ no me causa ningún malestar y eso es lo importante. Propuso, como parecía razonable, que podría empezar por la A y así sucesivamente, hasta llegar a la Z.

▬ ¿Qué le parece? ¿No vale la pena intentarlo? Yo tengo el convencimiento de que lo puedo hacer…Me veo llegando con éxito a la Z sin haber olvidado nada de lo anterior. Y si es así, profe, creo que habré logrado algo que me llenaría a plenitud, sin importarme lo demás.

El maestro se quedó hecho de una sola pieza. Lo que el muchacho le proponía, o mejor se proponía hacer, no tenía precedentes que el conociera. Era un reto casi imposible de enfrentar con éxito. Recordó las más o menos 88.000 palabras del castellano, asentadas en el diccionario, y no podía concebir que alguien por muy capaz que fuera, lograra memorizar ni siquiera un porcentaje significativo. Pero, a la vez, pensó que del muchacho todo podía esperarse, pues tenía entereza y seguridad en sí mismo. Además, dimensionó que de lograr cierto éxito en lo que se proponía, podría hacerse famoso, pues aunque era enemigo del espectáculo, no había nada de malo en que se presentara dando a conocer sus capacidades y con ello lograr una forma de vida satisfactoria, sin que nada le faltara a él y a sus padres.

▬ Bueno, Leonardo ▬ dijo asintiendo, procurando no manifestar con su mirada algún tipo de duda ▬ si es tu deseo, lo respeto. Fijémonos un plan que nos sirva de orientación. Lo que me parece más adecuado es que lo hagas en forma ascendente, es decir, empezar por la A, seguir con la B, y así, sucesivamente. Estableceremos un horario diario repartido en el tiempo que emplearás para memorizar y el que yo utilizaría para las comprobaciones correspondientes, incluyendo una valoración sistemática del acumulado.  Creo y te pido lo consideres, que desechemos las palabras utilizadas para identificar productos químicos, metales, árboles, medicinas, lugares geográficos, expresiones singulares de determinado países y cualesquiera otras relacionadas con estos aspectos. Hablaré con tus padres, a quienes invitaré a almorzar el próximo domingo, para explicarles lo que hemos convenido, si es que no hay observaciones. Ellos, por ventura, ya están claros en que lo tuyo son los libros y que nunca servirás para sembrar papas, zanahorias o apios, y mucho menos para ordeñar cabras, aunque sé que te gusta hacerlo. Por otra parte, les pediré que te permitan vivir conmigo, lo que con seguridad aceptarán pues tengo la certeza de que creen en mí.

Todo se concertó como el maestro Florencio lo había planificado. Leonardo regresó a su casa, metió sus macundales en una bolsa de plástico y se mudó.  Sin duda era lo conveniente pues de no mudarse, perdería mucho tiempo en un ir y venir todos los días por un  camino agotador, largo y lodoso, aunque nunca su transitar le había fastidiado, púes se sentía pleno de vida al absorber la tranquilidad de un ambiente puro, y que aunque pobre en variedad de paisajes, no dejaba de tener un encanto que subyugaba, a lo mejor por la densidad del silencio, sólo interrumpido de vez en cuando por el cantar de algún pájaros…Por otra parte, no caminaría sólo, como solía suceder. Había notado, sin que pudiera darle una explicación, que una bandada de mariposas, de diversos colores, revoloteando sobre su cabeza, lo acompañaba siempre, excepto cuando estaba dentro de la casa. Era asombroso que supieran cuando iba a salir, pues lo esperaban en la puerta en cada oportunidad.

Para facilitar la lectura, don Florencio hizo que le trajeran dos lámparas de gasolina y dos potentes linternas, de manera tal que sustituyeran las velas, cuya iluminación no era satisfactoria y que sin la menor duda menguarían la capacidad visual del muchacho.  Estimado, de igual manera, que debería dormir bien, descansar con propiedad para recuperarse del esfuerzo diario, compró para el muchacho, como lo había pensado, una cama, un buen colchón, sábanas y una gruesa cobija. Y aunque sabía que le costaría acostumbrase a su uso, tres pijamas, pues en el páramo se dormía con la ropa puesta para contrarrestar el frío.

La madrina de Leonardo, que visitaba regularmente la familia, se sentía satisfecha de que fuera protegido por tan buen hombre, y que con este pudiera avanzar, dadas las condiciones que en un principio ella había apreciado en su ahijado. Un día se despidió. Su iglesia había decidido, dada su dedicación, que fuera a formarse en una prestigiosa universidad evangélica en los Estados Unidos. Ese día, botando la casa por la ventana, hicieron un asado de ovejo y bebieron Coca Cola.

El muchacho se paraba a las cuatro de la mañana y de inmediato hacía café, tal como lo había aprendido de su madre, para después de tomarlo,  abrir el diccionario y empezar, haciéndolo en voz alta, a decir las palabras y sus acepciones. Como se había acordado, empezó, en orden, por las palabras que comenzaban por A: prefijo negativo o positivo; Aaaban: plomo… El profesor lo oía sin levantarse de la cama, sentía como si cada palabra dicha y su acepción, fuera una canción entonada con devoción. Después de un rato, el profesor salía de la casucha y caminaba al menos durante media hora, incluyendo en esa caminata diaria  ir a lavarse a la quebrada y traer un tobo de agua. Un día, acompañado de Leonardo, decidió ir hasta la laguna que sabía  ubicada en lo alto de la montaña. Había comprado lo necesario para pescar, pues sabía que en años anteriores, investigadores universitarios especializados en ictiología, sembraron truchas. Sin embargo, para su decepción, ni siquiera sintió que hubieran picado. Dedujo que tal como era costumbre en el país, se daban los pasos iniciales, pero no se mantenían los programas. Era posible una falta adecuada de alimentación, ya que a lo mejor en la laguna no habían los alimentos comunes del codiciado pez: lombrices y otros invertebrados, insectos y peces pequeños. Aprovecharon el regreso para que el profesor fuera preguntado la acepción de las palabras que empiezan por A. Preguntó sobre unas cuarenta. Leonardo sólo dudo con Agramiza, pero de inmediato recodó: Desperdicios del Cáñamo del lino después de agramado…Aspirando con fuerza el aire puro del ambiente y haciendo cabalgar su vista por sobre la quebrada, el profesor estimó que el progreso era evidente y que aunque seguía dimensionado como  imposible un dominio total, el muchacho alcanzaría un éxito único.

Leonardo, rutinariamente desayunaba, luego descansaba media hora y seguía hasta el mediodía metido de cabeza en el diccionario. Almorzaba. Por indicación del maestro salía y caminaba por el campo durante una hora. Regresaba y estudiaba hasta las ocho. Luego, durante una hora intercambiaba opiniones y preguntas con el maestro. Concluido el día estudiaba hasta las once o doce de la noche…Cumplido el programa diario y a pesar de que se comprobaba los significativos progresos, en el muchacho empezaron a aparecer ojerizas y a no poder dormir con propiedad. Por tales razones, don Florencio redefinió el programa, dando por concluida la jornada a las ocho y no a las once o doce de la noche, esperando que Leonardo durmiera mucho mejor.

Pasado un mes de intensiva dedicación, el maestro empezó a explorar una vez más lo que había lograr dominar Leonardo en cuanto a palabras que empezarán por A.

▬ Veamos, Leonardo ▬  insinuó expectante.

▬ ¿Acerval?

▬ Vulgar, común, que pertenece al montón.

▬ ¿Acurujar?

▬ Cubrir, tapar la lumbre con ceniza para conservarla.

▬ ¿Alcuño?

▬ Sobrenombre.

▬ ¿Alfoli?

▬ Granero.

▬ ¿Amasía?

▬ Comcubina,

▬ ¿Apsiquia?

▬ Desmayo.

─Muy bien, muy bien, Leonardo. Creo que lo has logrado con la A. Veamos unas más.

▬ ¿Avoleza?

▬ Vilesa, maldad.

▬ ¡Axinomancia?

▬ Arte de adivinar por medio de un hacha clavada en un poste.

▬ ¿Azcona?

▬ Arma arrojadiza, como el dardo

▬ ¿Aviltación?

▬ Evileciemiento.

Don Florencio, emocionado, a la vez que aplaudía y le daba un abrazo efusivo, le aseguró que no tenía la menor duda de que debía entender, pero con humildad, que era un genio, un ser especial. Imagínate si resulta que eres capaz con el resto del diccionario. Nadie lo va a creer hasta que se lo demuestres. Y aunque no haya sido el objetivo, pero en todo hay que pensar, puede que esas demostraciones te puedan resolver los problemas económicos, es decir, te den para vivir.

Con cierta inseguridad Leonardo le manifestó que no lo creía, pues presentarse en público en una especie de interrogatorio y delante de un público, lo haría sentir como si estuviera haciendo un vulgar espectáculo y eso no iba con él. Es tanto ▬ le aclaró al profesor ▬ que tal idea lo  preocupaba a diario, incluyendo algunos sueños, en los que se veía llegando con un auto hecho de letras, a un auditorio hecho de letras y lleno de gente hecha de letras, sentada en butacas hechas de letras, que lo miraban de manera tal que le parecía que lo hacían igual que cuando en el circo se reían de los payasos…Eso, profesor, es una constante.

El profesor, tratando de ser conciliador y al saber que nada debía precipitarse, le aseguro que si bien el criterio era válido y respetable, de todas maneras llegaría el momento, en que bajo condiciones especiales lo haría para  lograr la subsistencia y mejorar la vida propia y de los padres. No nos precipitemos ▬ le dijo tratando de ser convincente ▬ eso lo decidirás más adelante. Por otra parte, este prodigio no puede quedar entre nosotros, sería como si nos llenáramos de egoísmo. El mundo tiene que conocer, creo que es su derecho, la magnitud de las dotes que Dios con generosidad te ha dado.

El tiempo pasaba sin variación alguna, aquietado por la diaria neblina y el frío  que obligaba al refugio, facilitando la concentración en el estudio. Sólo distraía a Leonardo  la rata que día a día, como una compañera, se quedaba mirándolo, esperando que le diera alguna migaja de pan. Lo hacía con alegría, como si se tratara de un deber.

En un año el muchacho memorizó las acepciones de las palabras que empezaban por las letras de la A,B,C,D,E,F y G, siempre con la evaluación estricta del maestro Florencio, quien día a día, al constatar los progresos de su pupilo,  admiraba con mayor intensidad lo que estaba sucediendo. Y no era para menos. Que supiera, nadie, en ninguna parte, en ningún idioma, había logrado dominar tan significativo número de acepciones…Después de tantos desengaños ▬ se decía complacido ▬ y de haber sentido los embates de mediocres, ignorantes, y envidiosos, lo que estaba viviendo compensaba cualquier amargura anterior, por fuerte que hubiera sido

Pero un día aciago, cuando Leonardo lleno de satisfacción terminaba de memorizar las palabras que empezaban por M, como si algo relacionara los hechos, encontró muerto a su querido profesor. El rostro se manifestaba tranquilo, como lleno de satisfacción. Mirándole, entristecido, gruesas lágrimas le enjuagaron el rostro. Sin quererlo, precisó como nunca antes, la nicotina que impregnaba la parte inferior del bigote y el hermoso pelo blanco, blanquísimo, sobre el que se recostaba su cabeza. Quiso gritar, reclamarle a Dios, pero no pudo a pesar del deseo de hacerlo. La rata, pareciendo darse cuenta del drama, miraba con insistencia de roedor la cama donde responsaba el maestro, también acostumbrado a verla a diario. No había lágrima que pudiera diluir la pena que obnubilaba la mente del muchacho, al dimensionar por primera vez la crueldad de la muerte. Le cerró los ojos que un tanto exoftálmicos, sobresalían como queriendo ver la eternidad. De pronto, algo convulsionó el cadáver y una bocanada de humo de tabaco impregnó el espacio con un olor penetrante ¿Una despedida? ¡Posiblemente!.

Se le autorizó, así lo decidió el alcalde del municipio, después del visto bueno del médico encargado de la medicatura y del padre Samuel, párroco de Betania, a enterrarlo cerca de su casa. Su padre y los compadres abrieron la fosa. Ricardo, el carpintero, hizo un tosco ataúd y envuelto en el humilde sayal de su desleído traje negro, fue llevado de nuevo al polvo del origen. Decidió que la tumba estuviera cerca de la quebrada, a unos tres metros de su orilla, pues pensó que lo podía arrullar con su coro de murmullos durante todo el sueño definitivo. Una vez colocado el ataúd en el fondo de la fosa, no quiso que nadie más lo cubriera de tierra. Hendía la pala  con desesperación. Sudó con profusión a pesar del frío, Al terminar se sentía satisfecho. En ese momento, fue inevitable, no pudo contener el llano y arrodillándose, ensimismado, sin atender los que estaban a su lado, rezó con devoción un Padre Nuestro, elevando la voz al cielo, que se fue haciendo cada vez más delgada a medida que llegaba al amén. Los demás, en señal de respeto, también se arrodillaron y rezaron. Para estupefacción de los presentes, por lo sorpresiva e inexplicable, la bandada de mariposas que acompañaba siempre a Leonardo, se posó sobre la tumba, como si quisieran acompañar a muchacho en su dolor. Al padre Samuel no le pasó desapercibido hecho tan extraordinario. Algo muy especial y diferente ▬ se dijo ▬ debió adornar la vida del respetable profesor.

Leonardo se prometió que de triunfar en la vida, en algún momento le haría una hermosa tumba, que saturara los espacios yermos de los alrededores. En cada lado de la urna sembraron un pino que señalara sin equívocos el lugar del descanso del buen hombre. Después del entierro, fue inevitable preguntarse con angustia qué hacer en adelante. Podría seguir, así lo estimaba, con su proyecto contando ahora exclusivamente con su voluntad y sin la guía de quien había sido un segundo padre, pleno de comprensión, de amor y de sabiduría. La tarde fue haciéndose de un gris pesado y una garúa acarició sus cabezas con suavidad. Regresó a la casa. El padre y los demás decidieron irse de  inmediato, camino abajo. No querían que los cogiera la noche, que se presagiaba negra como ninguna.

Sentado en su catre, ofuscado, atormentado, lleno de desolación, asumió esa primera noche sin el maestro descansando en su cama, sintiéndose abandonado hasta de Dios. Pensó con resolución que por la memoria de ser tan singular, por el deseo vehemente que tenía de verlo triunfar sin ningún egoísmo, debía sobreponerse a cualquier duda o dificultad y seguir adelante, ahora con mayor dedicación. La rata lo miraba con tal fijeza, que creyó que quería hablarle. Todo lo que lograra ▬ se decía con insistencia ▬ lo haría por él. Desde ese momento, día y noche, sabía que sentiría la presencia de don Florencio y que con seguridad en determinadas oportunidades lo vería tendido en su cama y con el infaltable cigarrillo en su boca, pensando en inmensidades. 

Tan amarga experiencia lo alejó durante un mes de sus estudios. Le resultaba imposible concentrarse cuando pensaba en la grandeza humana de su mentor, que sin restricciones de ninguna especie se había dedicado a hacerle concretar su excepcional proyecto. Pero tenía conciencia de que para continuar debía sobreponerse y lo fue logrando poco a poco, pues también en su caso se cumplía aquello de que el tiempo lo diluye todo.

Transcurrió un mes de intensos y neuróticos estudios del diccionario, como queriendo recuperar el tiempo perdido. Ya no tenía al profesor que lo examinara, causa por la cual optó por abrir el diccionario al azar, escoger cualquier palabra que empezara por la letra en estudio, y después, de leer una o dos veces la o las acepciones, las escribía.  Le resultaba más trabajoso tener el mismo que hacer las comprobaciones a diferencia de lo fácil que resultaba con el maestro Florencio. Pero, a pesar de la soledad y las nuevas dificultades,  sabía que su progreso era enorme, lo que lo animaba a acentuar sus horas de estudio, convirtiéndose prácticamente en un maniático, cuya incipiente barba creció con desmesura. Comía lo poco de lo que le enviaba su  dedicada madre  cada tres días con su padre o con algún amigo. Ella, no hacía ningún comentario cuando los mensajeros le decían con preocupación, que estaba flaco, asténico, enjuto, con ojos exoftálmicos como si siempre mirara mucho más allá de su entorno. Sólo la preocupaba, demostrando percibir mejor que todos lo que su hijo se proponía, que optara por desistir. La consolaba saberlo sin la menor duda un hombre de envergadura y capaz de saber y amar lo que estaba haciendo.

Obviando todas las limitaciones y dificultades, había llegado exitosamente la K y la acumulación de palabras no parecía representar una mayor dificultad, pues hacía recorridos permanentes para constatar una y otra vez que lo memorizado con anterioridad, no producía ningún efecto sobre lo nuevo que aprendía, construyendo paso a paso un todo que lo llevaría hasta la Z sin problemas insuperables.

Un día su padre, también muy preocupado, fue a Betania a vender las papas cosechadas y con lo cobrado, decidió hacer un poco de mercado y comprar lo más urgente para su casa. Supo en el mercado por boca de un compadre suyo que a la escuela había llegado un nuevo maestro y que a pesar de lo joven era muy bueno y preocupado, no sólo por sus clases, sino por ayudar en todo lo que podía a la gente del pueblo. Conocidos estos pormenores, creyó conveniente buscarlo y comentarle lo concerniente a su hijo. A lo mejor le daba  buenos consejos y lo orientaba sobre la conducta a seguir.

Se acercó a la escuela después de hechas sus diligencias y le preguntó a al portero por el nuevo maestro. Este, con amabilidad pero pronunciado con dificultad las palabras por la bola de chimo que tenía en la boca, le explicó con aburrimiento que el profesor, de nombre Fernando, venía de la capital del estado para dirigir la escuela. Hasta ahora todos están contentos con él. Es ▬ le dijo ▬ un tipo amable, trabajador, que ayuda a solucionar problemas de la escuela y del pueblo, a diferencia de la amargada vieja Manuela, la anterior directora, a la cual todos consideraban una cascarrabias que sólo sabía mandar y regañar a alumnos y representantes, por las cosas más insignificantes. Yo creó ▬ juzgo el hombre sin reparar la impertinencia, a la vez que soltaba, sin ningún desparpajo un escupitajo de chimó ▬ que su arrechera era debido a que nunca tuvo un macho. Dicen que era virgen, pues de ello hacía alarde.

▬ ¿Y cómo podré hablar con él Director? ▬ preguntó ansioso Demetrio, fastidiado de la inconveniente  conversación del portero ▬ tengo algo muy importante que quiero que sepa y me aconseje.

▬ Que coincidencia ▬ dijo el portero ▬ allí viene casualmente. Es ese alto, que se acerca acompañado de la profesora Mariela. Háblele que con seguridad no se va a molestar.

Un hombre flaco, joven, de ojos vivaces, de piel un tanto morena, pelo ensortijado muy negro, cejas pobladas y de por lo menos un metro y setenta y cinco, se acercaba a él con pasos vigorosos, en demostración de plena salud. Vestía un traje que se apreciaba barato, de color gris, acompañado de una corbata negra. Esto le resultó un tanto extraño a Demetrio, pues en aquel pueblo sólo se veía con corbata al prefecto, y eso cuando había algún acto público, en especial las celebraciones de las efemérides patrias.

▬ Profesor, perdone usted ▬ dijo el portero con respeto ▬ este señor dice que tiene algo importante que comentarle y le pide que le permita hablar con usted.

▬ Claro ▬ afirmó el hombre a la vez que le tendía amablemente la mano a Demetrio, quien apreció el gesto con una leve inclinación de cabeza ▬. Si es tan importante como dice, es mejor que vayamos a la Dirección y conversemos con tranquilidad, estimado señor.

▬ Demetrio pa´servile.

Entraron a la pequeña habitación que fungía de Dirección. Un escritorio y dos sillas era todo el mobiliario. En un estante, ubicado en las espaldas del maestro, algunos libros empolvados y sobre el escritorio una ruma de papeles, en completo desorden. La secretaria atendía en el pasillo, a la entrada, en una de las sillas que se utilizan en el aula, al lado de la cual en una mesa muy pequeña, descansaba una vieja máquina de escribir. Al lado derecho del escritorio del profesor, se aburría un ventilador que no funcionaba. El cuarto era un horno. Por la ventana situada en la pared de la izquierda, no entraba ni un mísero soplo de viento, pero si un persistente rayo de sol. El pobre maestro no dejaba de enjugarse el sudor con su pañuelo, a la vez que tomaba agua sin parar, de una jarra situada en el escritorio

De inmediato, mirando con fijeza a Demetrio, el profesor le  solicitó, una vez que se hubo  sentado en la silla detrás de su pequeño escritorio y le indicaba al humilde hombre que lo hiciera en la que estaba en frente de éste, que le contara con detalles lo que lo preocupaba y que lo hizo venir a él. Con amabilidad y esperando  lograr la confianza requerida, de inmediato le aseguró que al conocer los pormenores de lo que lo preocupaba, si estaba a su alcance, le ayudaría de la manera más conveniente a resolverlo. Se oía el bullicio de los muchachos que jugaban aprovechando la hora del recreo.

El profesor notó que Demetrio estaba incómodo pues no podía quedarse quieto en su silla y que le resultaba difícil empezar a hablar, causa por la cual, armado de paciencia y conocedor de cómo proceder en esos casos, con mucha delicadeza, espero un rato antes de solicitarle de nuevo que le diera a conocer lo que lo preocupaba.

Demetrio, apreciando que nunca lo habían llamado señor y después de respirar ansioso, le contó con lujo de detalles todo lo relacionado con su hijo,  recalcando con orgullo lo de la memorización del significado de las palabras. Le narró la historia paso a paso, haciendo hincapié en todo lo que había hecho por él el profesor Florencio, ya fallecido, a quien su familia quería mucho por buena gente. No omitió la paupérrima forma en que vivía su hijo, a la vez que alabó lo férreo de su decisión.

El profesor Fernando oía embelesado lo que el rústico hombre le contaba. No le daba crédito a lo que le dijo sobre la memorización de las palabras, más, pensó a la vez que dibujaba en su rostro un gesto de duda, tendría que comprobarlo por sí mismo y, de ser posible, si era cierto el prodigio, convertirse en el nuevo tutor de tan extraordinario joven. Recordó que Andrés Bello, Rubén Darío y Jorge Luis Borges, se habían distinguido, entre otras cualidades intelectuales y creativas, por el dominio de un léxico extraordinario…Le resultaba imposible aceptar así, de primeras a primeras, que un muchacho encerrado en una casucha en el monte y con la orientación que había tenido de un viejo profesor, pudiera superar a estos tres baluartes del idioma. Pero todo ▬ pensó eludiendo la incredulidad y recordando a Dios ▬ es posible si este lo decide. Dimensionó de inmediato lo que podría representar para el país y el mundo, en especial de habla hispana, que alguien pudiera alcanzar conocimiento de tal magnitud.

Mostrando interés le sugirió a Demetrio que estaría dispuesto air con él si lo creía conveniente, el próximo sábado hasta donde vivía el muchacho y así hablar largo y tendido con éste. Le aclaró que no debía preocuparse, que si era cierto lo que le contó, estaba frente a algo grandioso, la existencia real de una memoria que Dios le ha dado a muy pocos hombres. ¡Su hijo es algo grandioso, señor ¡Quédese tranquilo!, alégrese y tenga la seguridad de que debe sentirse orgulloso,  aunque no entienda del todo de que se trata, pues si compruebo lo que me dice y después logro convencerlo, su muchacho será famoso en todo el mundo ¡Ya veremos!

Demetrio, se mostró vivamente emocionado por lo que había oído. Los ojos se le aguaron al vislumbrar lo que era posible que su hijo alcanzara. Lo espero el sábado en mi casa ▬ invitó a  la vez que se paraba de la silla▬, cualquiera de los que tienen jeep pueden llevarlo a mi casa. El sitio donde vivo lo conocen como conocen la neblina, Yo mismo lo acompañaré hasta donde está Leonardo y de paso, dijo sonriente al sentirse distendido, nos iremos tomando un calentao para amortiguar el cansancio y matar el frío. El ruido en el patio había desaparecido. Los muchachos entraban de nuevo a los salones, después de sonar el timbre anunciado el fin del recreo.

Una vez  que Demetrio se despidió, el profesor siguió preguntándose si no se trataría de una exageración del campesino, el cual, dada su ignorancia, creía que algo era extraordinario sin serlo. Y es que le resultaba imposible concebir que fuera verdad lo que le había contado, aunque en su fuero interno lo deseaba con intensidad. Se reprochó, no tenía derecho a dudar sin haber objetivamente comprobado lo que le aseguró el campesino. No sabía de alguien que hubiera logrado tal proeza. Y era que de haber existido antes, con seguridad la noticia hubiera corrido como pólvora por todo el mundo. Volvió a recordar lo de Andrés Bello, Rubén Darío y Jorge Luis Borges ¿Sería posible que una mente no cultivada pudiera superarlos en cuanto al dominio del léxico?  

Era lunes. Fernando sintió que los días previos al sábado se le harían interminables, pues quería conocer lo más pronto posible al muchacho, hablar con él y constatar directamente lo que le había asegurado Demetrio. Ya el gusanito de la curiosidad no se le salía de la cabeza. Pensaba y se emocionaba. Deseaba que todo fuera cierto y que pudiera ayudar a completar lo que el muchacho se había propuesto.  También sería parte importante, como protagonista, del éxito. Podía estar en presencia, como testigo de excepción e incluso como coprotagonista, de un hecho histórico que se empeñaría en dar a conocer, para lo cual debería convencer al joven, ya que como lo presentía, sería reacio, al igual que todos los que viven en el páramo, a salir de su terruño, dado el rechazo que tenían por lo urbano, a lo que se sumaba ser  desconfiados y un tanto huraños, poco proclives a cambiar su rutina.

Llegó el esperado sábado. A eso de las 7 de una mañana de espesa neblina y frío penetrante, Ricardo, un joven de mejillas rubicundas y amables como el que más,   buscó a Fernando en su destartalado jeep, tal como lo habían concertado previamente, para subir a la casa de los padres de Leonardo. A pie, se lo dijeron los conocedores, hubiera significado una caminata de unas tres horas por un camino difícil, casi siempre lodoso, a lo que se sumaban los dolorosos latigazos del frío que venían con el viento, azotando la cara sin clemencia. Incluso, se lo advirtieron, debía ir muy bien abrigado, pues de lo contario, poco acostumbrado a la inclemencia del frío, podía agarrar mal de páramo y verse así, en la necesidad de regresar antes de llegar a la Neblina, así llamado el sitio donde estaba la casa de Leonardo. Salió de la pensión de doña Cornelia, único alojamiento rentado del pueblo, cuando oyó la corneta del jeep. Había esperado inquieto en el vestíbulo. Como siempre sucedía, unos borrachitos amanecidos, saturados de aguardiente claro que mal se destilaba en los callejones en forma clandestina, y que por eso le llamaba callejonero, se arrebujaban en su propio cuerpo, encogidos hasta donde podían, procurando dormir en la dura cama de cemento que representaba la  acera de la plaza. Un policía, uno de los tres que había en la prefectura, sentado en uno de los bancos, mascando chimó con deleite manifiesto, se mostraba indiferente. Ni siquiera se molestaba en despertar a los borrachos, pues eso hubiera sido una carga diaria insoportable, que tendría que repetir sin pausas. A la autoridad local, representada por el Prefecto, no le preocupaban para nada las borracheras de los citadinos, pues no había manera de evitar que bebieran miche hasta caer en la inconsciencia. Además, la prefectura no tenía dinero para comprar los desayunos que tenía obligación de darle a los presos, antes de mandarlos a la calle.

Después de una y media horas de constantes saltos, entre piedra y piedra, avistaron la casa de Demetrio. Ansioso, el profesor Fernando, le pregunto a Ricardo que si era posible, después que descansara un rato en la casa de Demetrio, lo llevara hasta la casucha donde vivía el muchacho. El chofer se negó, explicándole que todo el camino era en subida y como se notaba, el suelo se mostraba por efecto de las lluvias, muy fangoso, lo que haría imposible que la tracción del jeep, pudiera vencer esa dificultad, además de tener la posibilidad de que en algunos baches profundos se atorara el vehículo sin poder echarlo ni pa´lante ni pa´trás. Ante la negativa y las explicaciones dadas por el chofer, el profesor Fernando calculó contrariado que llegar a pie hasta la casa del muchacho, iba a ser muy difícil. Pero ▬ se reconvino  animándose ▬ ni siquiera tales tropiezos, lo harían desistir. 

Con la cintura hecha álgida sensación y entumecido todo el cuerpo,  se apeó con dificultad del jeep frente a la casa de Demetrio. Las piernas le flaquearon. El chofer tocó a la puerta. Les abrió la amable esposa de Demetrio, un tanto sorprendida por tan inesperada visita, de la cual no le había hablado su marido. Les dijo que en cosa de unos minutos Demetrio, su esposo, llegaría, ya que había ido, como era costumbre, a hacer un poco de queso con la leche de las ovejas, tarea que cumplía en el mismo rancho en que se las ordeñaba. La señora, desgreñada, con ojos negros tristones, flaca, cara puntiaguda con labios fláccidos, cubierta con un viejo vestido blanco con flores azules y rojas, y con seguridad más vieja de lo que debía, estilaba un penetrante olor a humo, señal de cocinar con leña en una casa sin ninguna ventilación, que generaba en la región una frecuencia grande de problemas respiratorios.

Les insinuó con amabilidad después de detallar al profesor desde los zapatos hasta el pelo, que entraran. Como sé que deben tener hambre ▬ dijo ▬ les haré una sopa de papas con cilantro, que de seguro les ayudará a matar  el frío y a animarlos.  Dicho esto los dejó en lo que podría llamarse la sala de la casa, espacio reducido de unos seis metros por seis, centrada por una mesa pequeña, sin duda el comedor, con dos sillas destartaladas. El profesor detalló el ambiente: piso de tierra apisonada y paredes de bahareque con manchas surrealistas producidas por el humo y la humedad que se fintaba del exterior a través de ellas. En una de las paredes había una pequeña ventana cerrada y que posiblemente sólo se abriría en días de mucho sol. En otra pared, en un nicho irregular, se apreciaba un Cristo de madera, muy irregular tallado de seguro por gente del lugar, frente al cual brillaba una vela, generando una luz escuálida, muy tenue. La claridad en la sala se debía a la intensa lumbre que esparcía la leña que se consumía chirriando en el fogón. Tapada la entrada con una cortina de trapo envejecido, se apreciaba una pequeña habitación, de seguro donde dormirían los padres de Leonardo. El techo mostraba un entramado de caña brava, con los intersticios saturados de barro. Supuso que  debía estar cubierto de tejas, pues de lo contrario se hubiera disuelto por efecto de la pertinaz lluvia que caracterizaba a la región

El chofer le hizo una advertencia. Le dijo que ni se le ocurriera ir sólo cuesta arriba para llegar donde Leonardo. Le aseguró que después de una media hora regresaría frustrado, pues eran unos cinco kilómetros, y si era que no se perdía, pues allí sólo se orientaban los baquianos; que en el jeep sólo era posible en días soleados.

A las seis de la tarde le indicó Ricardo, a la vez que ocupaba una de las sillas, que lo venía a buscar y que esperaba  que las luces del jeep no se le jodieran como había sucedido la semana pasada, pues tendrían que bajar metidos en la oscurana. Por lo tanto ▬ le insinuó ▬ que debía bajar a más tardar a las cuatro de la tarde, para que llegara a tiempo. Tiene que decirle a Demetrio, al papá de Leonardo, que lo acompañe hasta donde está su hijo. Si él no quiere, no vaya a echárselas de valiente y agarrar el camino solo. Le recuerdo, no llegaría ni po´el carajo.

El profesor dada su frustración, supuso que el chofer estaba exagerando, pero no le dio importancia. Iría hasta donde estaba Leonardo aunque hubiera dificultades. No se perdonaría el no haber contactado ese mismo día al muchaco, al cual calificaba desde ya, de ser cierto lo que se decía, como un tesoro escondido que sólo él podría dar a conocer. Trataría de convencer a Demetrio para que lo acompañara. Con su compañía el camino sería mucho más seguro y sin el peligro de extraviarse. Dedujo que no se iba a negar a ir una vez más a donde su hijo, en especial porque parecía darse cuenta, según lo que le había dicho en la escuela, que ya comprendía la importancia de lo que estaba haciendo su hijo.

Estaban en la rústica mesa tomando la insípida sopa, cuando Demetrio entró con la poca leche que había logrado obtener de las famélicas cabras, en una botella plástica de Coca Cola. Saludó y se sentó con ellos a tomar su sopa. Ofreció un pocillo de leche, después de que su mujer la calentó.

El profesor, ansioso, después de terminar de saborear pausadamente la leche, rompió el silencio, diciéndole a Demetrio que como el del jeep se negaba a subir, esperaba que él lo acompañara hasta la casa de su hijo. Pretendiendo lograr la aceptación del campesino, ofreció pagarle algo por su compañía, pues ahora, visto como la neblina lo cubría todo, tenía la seguridad de que ir sólo sería para él muy dificultoso y, además, también estaba convencido de que la posibilidad de desviarse del camino y extraviarse resultaba factible.

Demetrio, mostrando unos dientes ennegrecidos por el uso del chimó, tan común en los campesinos y que empezaban a usar desde tempranas edades, le aseguró, frunciendo el ceño, que no tenía ningún problema en acompañarlo, pero que no aceptaría nada  pues  eso sería como insultarlo. Lo que importa es que usted pueda entenderse con mi hijo y logre algo que le sirva para su vida, y si eso también nos ayuda a nosotros, pues bienvenido sea. Además, señor profesor ▬ le aseguró ▬ tengo la seguridad de que solo no llegaría nunca a la casa de Leonardo. Aquí eso está reservado a los que somos baquianos y podemos orientarnos sin problemas, pues pertenecemos a estas tierras desde que nacimos y que por lo tanto nos hemos criado en medio de la neblina. Por ejemplo ▬ dijo mostrándose orgulloso ▬, usted no vería nada ni a un metro caminando por una neblina arrecha, espesa, pero yo sí puedo ver hasta más allá de cinco metros. Es cosa de adaptación.  Igual pasa con el frío. Yo lo aguanto sin ninguna molestia. A usted eso se le tiene que pegar muy pero muy duro. Por otra parte, aprovecharé la oportunidad para llevarle un poco de bastimento a mi muchacho, pues la carencia es mucha y no quiero que se enferme de gravedad.

Emprendieron decididos la subida de la cuesta, rumbo a la casa de Leonardo, a eso de las seis de la mañana. Calculaba Demetrio que un poco antes de las once de la mañana llegaría, si es que el tiempo los ayudaba. Pero éste se hizo inclemente. Media hora después de emprender la marcha, una pertinaz lluvia los empezó a acompañar y por lo que se apreciaba, tardaría mucho en amainar. Para colmo, la neblina se hizo cada vez más espesa, pero Demetrio demostrando lo que antes había asegurado, tomó de la mano al profesor que no veía nada y lo condujo como un lazarillo. El profesor se dio cuenta de que de haber venido solo hubiera tenido que regresar de inmediato. Menos mal que había llevado un abrigo grueso y un buen impermeable. Demetrio se cubría también con un impermeable muy deteriorado y que de seguro no impedía en su totalidad que se empapara su ropa. El viento soplaba con afán, hería la cara con agudeza. Sólo se oían los golpes de la lluvia sobre los impermeables. Y de vez en cuando, el balido angustioso de una oveja, esparciendo quejas.

Mientras caminaban con lentitud y la distancia parecía hacerse interminable, el profesor recordó algo que siempre había orientado sus relaciones con los demás: todo hombre, sea cual sea su condición, tiene algo superior a nosotros. El limosnero puede tener mejor vista, el loco respirar mejor, el obrero más resistencia, el servicio mejor memoria, el albañil mejor coordinación motora.

El profesor, elevando la voz, como si pensara que la neblina no dejaría que Demetrio lo escuchara, le dijo que resultaba admirable que él y su señora pudieran vivir en un medio tan inhóspito. Le aseguró que se necesitaba mucho coraje  para pasarse toda la vida en el páramo, sin tener la esperanza de poder mejorar y progresar.

Demetrio, a la vez que miraba con detenimiento la cara constreñida del profesor, que temblaba por el frío, le dijo que sabía que los hombres eran como los animales, capaces de adaptarse a las situaciones más jodidas. Uno nació aquí, con dificultades y sin poder tener lo que se tiene en la ciudad, pero por otra parte vivimos tranquilos, sin tener que darle cuantas a nadie: somos libres y eso vale más que muchas otras pendejadas. Recalcó que  ni el frío ni la neblina lo indisponían. Que  el hecho de haber vivido desde niño en tal ambiente le había permitido crecer sin que lo hubiera afectado ninguna enfermedad. Por otra parte, y es lo más difícil ▬ aseguró ▬ a veces se hace jodido conseguir comida, pero no nos quejamos tanto, pues creemos que como dice el dicho: uno propone y Dios dispone ¿Y no es él el que manda? ¿Qué coño podemos hacer si él decide que vivamos cómo vivimos? ¿No es obedecer como dice el cura de Betania, el camino para ir al cielo derechito? Mire ▬ continuó con énfasis ▬ los pueblerinos nos consideran como si fuéramos unos bolsas, brutos y atrasados, pero también tenemos algunos principios. Por ejemplo, y esto no me acuerdo donde lo  oí o lo leí, pero lo comparto, el hombre más rico es el que menos necesidades tiene. Yo soy, entonces, muy rico, pues no ando aspirando a tantas vainas como ustedes los citadinos.

Fernando, admirado, le dijo a Demetrio que   razonaba muy bien a pesar de no haber estudiado. Creo que eres muy inteligente y tiene criterios firmes. Es importante eso de que entre menos se necesite más rico se es. En verdad es una lección que  debemos aprender. Y hablando de todo, si no te molesta, me gustaría saber acerca de tus estudios. Quiero aclararte algo que mucha gente desconoce. El hombre no es inteligente por lo que haya estudiado, es tal cuando es capaz de resolver nuevas situaciones en función de sus experiencias. Supongo, por ejemplo que tú lo eres, cuando con tus conocimientos de baquiano, puedes resolver cualquier problema de orientación.

A la vez que sacaba de una cajita hecha con cacho de toro, una bola de chimó y con manifiesta fruición la metía en su boca, ayudado por una paleta también hecha de cacho, Demetrio, tratando de darle continuidad al tema, le contó que había nacido en Betania y que se vino para el monte cuando tenía unos catorce años, ya que siempre había sentido, y no sabía porque,  la necesidad de vivir aislado. Para completar ▬ aclaró von voz entorpecida por el chimó ▬  que como se enamoró de María,  la única posibilidad de casarse era viviendo con los suegros en la casa que habitaba. Ellos, ya muy viejos ▬ explicó ▬ accedieron a recibirlo y entonces se casaron. Los suegros murieron un mismo día después de un año de haberse casado, un catorce de febrero, y la casa pasó a ser propiedad de mi mujer, lo que nos amarró más al monte. Sus suegros ▬ aseguró ▬ no los habían abandonado, y era que aunque dijeran  que se trataba  sólo de trucos de la imaginación, los veía casi todas las noches, en la puerta de la casa o en el rancho donde dormían las ovejas, y a veces se les oía rezarle a media noche al Cristo que estaba en la pared de la sala. En esos catorce años asistió a la escuela y a los cuatro ya sabía leer y escribir muy bien. Le gustaba leer lo que cayera en sus manos y el Director de la escuela, conocedor de su afición, le regaló una biblia y un ejemplar de bolsillo del Quijote, del cual podía narrar de memoria algunos pasajes, en especial el de los molinos de viento que era el que más le había gustado. Había leído muchas veces la vida de ese caballero andante,  de Sancho y del  jumento llamado Rocinante, y lo seguía  leyendo todos los días, al igual que la Biblia. Posiblemente, conjeturaba, algo de ese interés suyo por la lectura le salió también a Leonardo, porque, sin duda, esa joda de las capacidades era hereditaria. En esos dos libros dijo haber aprendido muchas cosas de la vida. Creía que en el Quijote todo está dicho y la Biblia le permitía orientar la existencia de la mejor manera. Aseguró con euforia que entonces no era tan ignorante como muchos podían creer, y que poseía la capacidad  de razonar y de imaginarse mundos ideales.

Fernando, cada vez más asombrado, se vio en la honesta necesidad de decirle que lo consideraba un hombre especial y que con seguridad, si hubiera tenido la oportunidad de estudiar, hubiera hecho una carrera brillante en cualquier campo. No hay la menor duda ▬ le aseguró ▬ de que eso explicaba de algún modo la capacidad de su hijo.

La casucha de Leonardo, desdibujada en sus perfiles por la niebla, apareció de pronto, como si hubiera surgido de la nada. Se aproximaron. Las paredes sin siquiera una mancha de blanco, parecían querer derrumbarse de un momento a otro. Al lado de la puerta, una pequeña ventana, tapada por dentro con una tela de flores rojas y amarillas, que parecía danzar con demencia al soplo del viento, en un ir y venir constante. Demetrio empujó la puerta y esta se abrió sin dificultad. Las tablas verticales con que se construyó, estaban separadas las unas de las otras, dejando amplias hendijas, por las cuales, con seguridad, el viento y el frío invadían sin dificultad el interior. Entraron. Un espeso aire con olor a cosa vieja, inundó sus pulmones. El piso aunque era de cemento echado con seguridad sin cumplir ninguna norma, se mostraba satisfactorio, con pocas fracturas. Leonardo no se percató de inmediato de la presencia de su padre y del profesor, pues estaba embebido en las páginas del diccionario. La rata  descansaba debajo de la silla, y no parecía inmutarse. Pasada la sorpresa, Leonardo se paró con presteza a abrazar a su padre al percatarse de su presencia, a la vez que miraba a Fernando con agudeza inquisidora.

Demetrio, después de que el muchacho dejó de abrazarlo, le presentó al profesor Fernando, aclarándole que se trataba del nuevo director de la escuela de Betania. De inmediato le aclaró que al contarle en la dirección de la escuela lo de la memorización de las acepciones de las palabras, insistió en que lo trajera pues quería conocerlo y hablar sobre lo que había logrado y la forma en que lo hacía. Hecha la aclaratoria, Demetrio se acercó a la cama de su hijo y descargo de su mochila el mercado que le había traído: Algunos potes de sardina, harina para las arepas, huevos, un poco de carne y aceite. Además, jabón y crema para los dientes. Compungido le dijo que había olvidado la cal viva para echarle al pozo séptico, pero que en la próxima oportunidad, le traería suficiente, pues no quería que el olorcito que salía del pozo, y que pudiera llegar a hacerse insoportable, lo afectara.

Fernando después de dale la mano Leonardo y presentarse, recorrió con su vista toda la sala, detallando  lo que allí había. Se dio cuenta de que lo único importante eran los libros que según sabía, le había dejado el profesor Florencio. Estaban amontonados en el piso, sin ningún orden. Una pequeña cocina a querosene, de una hornilla, parecía querer pasar desapercibida, recostada en la esquina izquierda del cuarto, descansando sobre una burda columna de ladrillos, no tan vertical, arrumados sin mucha precisión. La silla en que antes leía Leonardo se veía fuerte. Era de manera con asiento de cuero. Precisó que  la luz provenía de una lámpara de gasolina y que sería bueno que tuviera unas tres más. Las dos camas, supuso que en una dormía el muchacho y en la otra lo habría hecho don Florencio,  eran de ese tipo llamado jergón, es decir, con patas y marco de tubo, y un enrejado de alambre para sostener el colchón. Dedujo que si Leonardo aceptaba su ayuda, él se tendría que quedar en las noches en la del viejo profesor. En el centro de una pequeña mesa cubierta con un mantel de hule, verde encamado de flores rojas, reposaban  dos pocillos y dos platos de peltre. Después supo que el plato y los cubiertos que usaba don Florencio nuca se quitaban, pues supo que el muchacho quería en cada comida sentir su compañía. Sobre un libro grande y ancho, que después constató que era una biblia, hacia equilibrio una vieja máquina de escribir. Seguro la utilizaba el profesor Florencio. Definió el propósito de encontrar y leer lo que había escrito, pues con seguridad encontraría algo importante. Debajo de la mesa vio dos lámparas de gasolina con muestras claras de deterioro, inservibles. Con seguridad el profesor Florencio también había tomado la precaución de evitar la lectura alumbrándose con velas.

Demetrio, de inmediato, le aclaró a Leonardo,  sin quitarle la vista, tratando de escrudiñar su asentimiento o no, que se atrevió a traer al profesor para que lo conociera, pues éste le manifestó que estaría dispuesto a ayudarte, ahora que don Florencia había muerto. Por otra parte, le enumero las ventajas que tendría de tener alguien con quien hablar de vez en cuando y que le sirviera de tutor aunque fuera los fines de semana, pues la dirección de la escuela le impedía hacerlo otros días. No era para menos, a Demetrio le preocupaba la soledad en la que vivía su hijo y la angustia que tal situación le provocaba a María.

Leonardo que observaba detenidamente al invitado, cerró el diccionario colocado en la mesa y de inmediato dirigiéndose  a su padre y al profesor, aclaró que él no creía que se hubiera hecho algo indebido, que no había nada de malo en la decisión que su padre había tomado y que al contrario, le agradecía al profesor la disposición a ayudarle, pues entendía que era mucho más fácil seguir el camino que se había  impuesto, con un nuevo guía o tutor. Les manifestó sentirse agradado de que hubieran venido a romper la rutina en que estaba metido de cabeza. Sin embargo, le aclaró al profesor con manifiesta seguridad, que debía tener claro que no lo afectaba en nada  estar sólo, aislado como un anacoreta, pues lo que hacía, lo compensaba todo, lo satisfacía y lo llenaba de gratificación. Como no tenía más sillas que la de la mesa, les sugirió que se sentarán en las camas.

Fernando,  a la vez que le tendía la mano a Leonardo, le agradeció que lo hubiera recibido. Le manifestó, con un dejo de preocupación, que no sabía si pecaba de imprudente o si estaba interrumpiendo o estorbando algo que a lo mejor quería hacer sólo. Con la pretensión de que se apreciara a plenitud su interés  le dijo que desde que Demetrio le había hablado de él en la escuela y asegurado que memorizaba sin dificultad las acepciones de las palabras, sintió un vivo interés que posiblemente se sustentaba en su condición de maestro y porque de ser cierto tal prodigio, era único en el mundo, ya que si bien conocía  mucho de la literatura universal, escritores, ensayistas y poetas, no recordando que hubiera existido o existiera alguien con un don de tal naturaleza y magnitud. Por otra parte, aseguró confiado en que al muchacho le resultaría una perogrullada, que hacer conocer en universidades y medios de comunicación de lo que era capaz, le aseguraría entradas suficientes para vivir con comodidad y dar a los padres lo que se merecían.

Leonardo, de inmediato, como si tuviera estudiado la respuesta, le aseguró al profesor que algo de eso había sido considerado con don Florencio y que si bien a simple vista la cuestión parecía interesante y que generaría dinero, para que él pudiera acceder a presentarse tendría que cambiar de estado de ánimo y de algunos principios que consideraba solidificados, pues era enemigo de los espectáculos y de la especulación.  Que le costaba mucho poder decidirse a hacer plata con base a los conocimientos que Dios con generosidad le permitía adquirir. Complementó, aclarando, para no ser tan tajante en ese momento, que no se negaría  a discutir la cuestión, pero que para tomar una decisión con mayor propiedad, resultaba indispensable terminar el proceso, es decir, cubrir  las palabras que le  faltaba y que eran muchas. Acotó que iba en la U y que por lo tanto le faltaban  seis para llegar al final, lo que le llevaría un tiempo difícil de establecer, aunque pensaba que le sería posible en unos cinco meses, terminando con la Z en agosto, pues estaban en comienzos de febrero.

El profesor dijo que entendía perfectamente su posición, y que para él lo importante en el momento era que aceptara sus vistas los viernes en la tarde, quedarse el  sábado y domingo y regresar el lunes muy temprano, con lo cual podía ir comprobando los progresos y ayudando en lo que le fuera posible, tal como lo había hecho el profesor Florencio. Agregó que de recibir la aceptación, no debían preocuparse por nada, ya que traería lo necesario para acomodarse y comida suficiente.

En un tono que no resultaba del todo  convincente, el muchacho manifestó que no había ningún problema, pero que desde ese momento debía quedar muy  claro que si la relación no lo satisfacía,  lo diría abiertamente, sin ningún tapujo.

El profesor valorando la entereza del muchacho y la sinceridad del que aspiraba fuera su pupilo, dijo estar completamente de acuerdo en que pusiera tal condición, o mejor que hiciera esa advertencia, pues así todo iría por el camino adecuado. De todas maneras le aseguró que llegarían a ser buenos amigos, pues si bien la participación en el proceso estaba diferenciada, tenían el mismo interés de llegar a la meta propuesta.

Después de tomar un café muy claro, llamado en la región guayoso, y conversar  durante un buen rato sobre aspectos muy diversos, Fernando y Demetrio se aprestaban a regresar, cuando el profesor le solicitó con timidez que  le permitirá preguntarle acerca de tres palabras, con lo cual podría dimensionar, aunque sin mucha profundidad, lo logrado hasta el momento.

Leonardo aceptó riendo con cierta picardía, a la vez que estimó que satisfacerlo le serviría para mostrarle al profesor que lo de su capacidad era cierto y que valía la pena el esfuerzo de su tutoría.

El profesor tomó el diccionario y ansioso, apresurado, seleccionó la primera palabra.

Armento:

Leonardo: ganado.

Profesor: correcto.

Seleccionó la segunda:

Bendicera:

Leonardo: Mujer que, con el propósito de sanar enfermos, santiguaba a estos con señales y oraciones supersticiosas.

Profesor, admirado, emocionado, incrédulo: correcto.

Seleccionó la tercera:

Cauro.

Leonardo: viento del noreste.

Profesor, excitado: Correcto.

El hombre enmudeció. No había ni una pizca de exageración en lo dicho por Demetrio respecto su hijo y por el contrario, sus capacidades parecían ir  mucho más allá de lo que le había contado tan escuetamente. Sin poder contenerse lo abrazó con efusividad a la vez que le manifestaba  su admiración y le aseguraba que llegaría a final sin mayores problemas.

Demetrio insinuó que regresaran mientras que  por la niebla se colara algo de  la luz del sol, pues de irse en la noche, echarían mucho más tiempo y ya el profe sabía las dificultades que enfrentarían. Además, Ricardo lo estaría esperando con su jeep a las cuatro, tal como habían acordado

Se despidieron. El profesor iba eufórico, se imaginó acompañando al muchacho por todo el mundo, sirviéndole de consejero y promotor. No se le escapaba pensar, a pesar de considerarlo lo menos importante, en el dinero que podrían ganar.

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